Hay un momento en todas las películas de robos en el que el líder de la banda, después de repartir el botín, reúne a sus compañeros y les dice: «Ahora no hagáis tonterías». Sin embargo, siempre hay alguno que, nada más quitarse el pasamontañas, se ... compra un Ferrari, se pone tibio de champán y acaba la noche yéndose a un garito a buscar prostitutas caras. A ese tipo lo caza la Policía. Sus socios son más listos, sí, pero igual de ladrones.
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Aquí en España estamos viviendo una bonita película de gángsteres a propósito de la reforma del delito de malversación. Hemos llegado a la pintoresca conclusión de que robar para uno mismo es mucho peor que hacerlo en nombre de cualquier chorrada. De esta curiosa manera, fray Junqueras acaba convertido en un sorprendente Robin Hood que roba a los pobres para montar una embajada en Nueva York en la que seis o siete amiguetes suyos viven a papo de rey.
Yo hubiera preferido que Junqueras o Puigdemont hubieran utilizado ese dinero para comprarse un Ferrari, porque así al menos no habrían sacudido la paz social ni saboteado con malas artes el futuro de un Estado democrático. Sostengo la teoría, extrañamente impopular dentro del PSOE y de Podemos, de que robar está igual de mal en todos los casos porque al final siempre se persigue el beneficio propio. Junqueras preparó lo que preparó para seguir mandando. Griñán no se llevó nada para su casa, pero sus subordinados regaron de millones un sistema clientelar para seguir mandando. Y los de la Gürtel buscaban apuntalar el futuro económico del PP para seguir mandando. Mejor nos hubiera ido si se hubieran gastado nuestro dinero en rólex y cochazos.
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