Por si no tenía suficiente con la ansiedad primaveral, ahora también tengo la nuclear. Vaya. Éramos pocos y parió la abuela. Ante la amenaza de un ataque atómico, nosotros respondemos con sanciones económicas, energéticas y comerciales. 300 firmas occidentales han dejado Rusia, entre ellas Pepsi, ... Starbucks y McDonald's. Y Coca-Cola, claro. Es como ver al revés 'Uno, dos, tres', esa sátira magistral de Billy Wilder en la que un ejecutivo de Coca-Cola, encarnado por James Cagney, negocia la introducción de la bebida en el mercado soviético. «El año pasado sacaron ustedes una pobre imitación, la Kremlin-Coca. Fueron a probarla a los países satélites, pero ni los albaneses pudieron bebérsela. La usaron para bañar cabras, ¿no?», le dice Cagney al representante ruso. Pues van a tener que recuperarla.

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Al quedarse sin comida imperialista estadounidense que llevarse a la boca, los rusos han vuelto a vivir en una ciudad española de provincias de principios de los ochenta. Que me lo digan a mí: la primera vez que estuve en Madrid, mis padres cenaron en un sitio de postín, mientras que mi hermano y yo elegimos un Wendy's. En Cartagena no había ninguna cadena de hamburgueserías, y andábamos locos por ir a una. «Sois tontos perdidos», nos dijeron mis padres. Y con razón: ellos se hartaron de marisco; nosotros, de patatas acartonadas y hamburguesas correosas. El Wendy's desapareció de nuestro país porque corrió el bulo de que habían encontrado un diente de rata en una hamburguesa. Hoy ha desaparecido McDonald's de Rusia. También por una rata. La que ha hecho que los rusos hayan vuelto a los ochenta, la que ha condenado a los ucranianos a un pasado al que no querían regresar, la que nos tiene a todos en vilo.

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