Ya se ha largado. El heredero, digo. A la universidad, concreto. A casi trescientos kilómetros, añado. El tío se pira con una sonrisa nerviosa y la maleta a cuestas. Le he ayudado a hacerla: dos juegos de cama, un edredón, el ordenador, el flexo, muchas ... camisetas, muchos calzoncillos y un extra de calcetines. Aún no sabe que empezará a perderlos en cuanto ponga una lavadora.

Publicidad

Ahí va. Se siente tan independiente como me creí yo cuando tuve en las manos unas llaves que no eran las de casa de mis padres. Tengo envidia de esas primeras veces, de las buenas y hasta de las malas. Porque aún ha de aprender muchas cosas. Que las decepciones le aguardan a la vuelta de la esquina, pero también las alegrías, y que, en ocasiones, no son tan distintas entre sí. Que es más ingenuo de lo que se piensa y se van a encargar de demostrárselo. Que muchos pasarán por su lado; unos sin rozarle apenas, otros para quedarse en su vida para siempre. Que habrá tardes amargas en las que sienta que el mundo bulle fuera sin él; que habrá tardes luminosas en las que la ciudad entera estará dispuesta a dejarse devorar. Que puede desperdiciar el tiempo porque no volverá a tener la oportunidad de perderlo. Que también puede aprovecharlo, y salir, y entrar, y estudiar, y leer, y ver películas, y estudiar, y reírse, y enamorarse, y estudiar. Que tiene que encontrar un bar donde le llamen por su nombre. Que las noches son tan largas como decida que sean. Que los huevos fritos necesitan abundante aceite caliente si quiere que le salgan con puntilla, que la ropa blanca no se mezcla con la de color y que las patatas no se almacenan junto a las cebollas. Mientras, nosotros pasaremos el curso esperando a que conteste algún wasap.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad