Puentes de silencio
La meditación no solo es una de las maneras más eficaces de comprender la mente, sino que también representa un puente entre civilizaciones
Julio Ceballos
Miércoles, 14 de junio 2023, 00:30
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Julio Ceballos
Miércoles, 14 de junio 2023, 00:30
Intentando encontrar lazos entre lo 'asiático' y lo 'occidental' uno se topa con que ambas civilizaciones han cultivado secularmente el ascetismo silencioso y, también, con que ambas realidades -la china y la España monacal, en este caso- están relacionadas (de manera rocambolesca) por algo más ... que la espiritualidad enclaustrada entre los muros de sus cenobios. Hoy la globalización también alcanza al mercado litúrgico y más de la mitad de todas las obleas de pan ázimo que se emplean como hostias consagradas en la eucaristía provienen de China. La elaboración artesanal de esas obleas representaba, hasta hace solo un par de décadas, una de las principales fuentes de ingresos -junto a los dulces tradicionales- para la mayoría de los monasterios españoles. Pero, antes de distraernos con sagradas formas, volvamos a la meditación.
Los primeros indicios de prácticas meditativas basadas en la atención plena, los ejercicios respiratorios, la contemplación, la visualización y la concentración parecen tener su origen en China y datar del siglo V a. C. Estas técnicas estaban vinculadas al taoísmo. En el resto de religiones mayoritarias -budismo, hinduismo, cristianismo, islamismo o judaísmo- también abundan metodologías parecidas que, a través de salmos repetitivos, letanías y jaculatorias, tienen como fin alcanzar el trance espiritual. En las últimas décadas, las disciplinas relacionadas con la meditación contemplativa y transcendental están experimentando un resurgimiento en Occidente, con millones de personas retirándose cada vez más frecuentemente en busca de silencio, recogimiento y paz interior, hasta el punto de que componen hoy en día algunos de los ejemplos más interesantes de diálogo ecuménico entre los diferentes credos y las tradiciones occidental y asiática. Sin ir más lejos, cientos de miles de personas en todo el mundo han adoptado la práctica regular de la tradición hindú vipassana. Entre ellos, el pensador Yuval Noah Harari. El israelí se ha convertido en uno de los principales promotores de la meditación y sus beneficios.
Considerado como uno de los divulgadores más influyentes del planeta, Harari (que dedica dos horas diarias y, anualmente, un mes completo a la meditación) señaló a esta como principal instrumento de autoconocimiento y gestión del mundo acelerado e incierto que habitamos. En su libro '21 lecciones para el siglo XXI' identifica la meditación como una gran herramienta de pacificación global y manera de gestionar la complejidad actual del mundo. Precisamente, ante los desafíos que plantea la inteligencia artificial, Harari defiende la humanidad radical del recogimiento meditativo como fuente de creatividad infinita, capaz de resolver problemas gracias a nuestra capacidad para cambiar las preguntas, en vez de las respuestas.
No está solo Harari en su alegato de lentitud, silencio y ensimismamiento. En su último libro ('Vida contemplativa'), otro de los grandes filósofos de nuestro tiempo -el surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han- alerta de la devaluación de la inactividad y de los peligros que la autoimpuesta «obligación de actuar» implican. La extinción del sentido crítico, la dictadura de lo inmediato, la epidemia de soledad y desafección, la hiperconectividad digital y el déficit de atención generan una sociedad que parece haber perdido la capacidad contemplativa. En una realidad dominada por datos, distracción, ruido y estímulos exteriores, ¿sigue habiendo lugar para la observación meditativa o es ya un fósil del pasado?, ¿qué sentido tienen hoy, en este mundo globalizado e impetuoso, esos repositorios de silencio que son los monasterios? ¿ya no hay lugar para la sabiduría que busca la verdad o la plenitud del ser por sí misma? Bien sea en Asia o en Occidente, nuestros antepasados siempre intuyeron que hay un «camino» de abstracción y búsqueda, de disciplina y método, a través del cual se puede experimentar un estado elevado del ser: el camino de la sabiduría.
En China, como en Occidente, también se observa una renovada búsqueda de calma interior en mitad de la vorágine desarrollista. Cada vez más chinos buscan respuestas y arropo en el silencio, la meditación y el recogimiento. Con algo más de 230 millones de budistas practicantes, 28.000 templos y santuarios o 120.000 monjes y monjas, China cuenta con la mayor población budista del planeta. Aquí, al otro lado del mundo, España es toda una superpotencia contemplativa y monacal con cerca de 8.600 monjas y 400 monjes repartidos por aproximadamente 700 monasterios y conventos sembrando la geografía peninsular (más de la mitad concentrados en solo tres comunidades autónomas: Castilla y León, Castilla-La Mancha y Andalucía).
¿Y qué conexión hay entre estas dos cuestiones -china y española- aparentemente aleatorias y deslavazadas? Los biólogos aceptan que la mente humana -nuestra experiencia subjetiva de las emociones- es un producto de la actividad cerebral, pero no logran localizar dónde se aloja ni cómo emerge. La meditación no solo es una de las maneras más eficaces de comprender la mente sino que, además de servir como enlace entre esta y el cerebro, también representa un puente entre civilizaciones. Respirando, en silencio, todos los humanos somos muy parecidos.
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