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El agradable aire de las ciudades, contaminado y estereofónico, es coladero de palabras que van por las calles buscando qué objeto nombrar, qué emoción transmitir, a quién saludar, qué pruebas superar antes de llegar a su choza semántica. Todavía clandestinas, al descuido, en la adormecida ... de la media tarde puede atropellarte una frase. Si es completa, bien entonada, con todas sus letras y su retintín, ya has hecho el día, te da en los morros y se queda de ocupa en el cerebro, o lo que sea eso de pensar, la ley y la académica fregona que da esplendor la apoyan, es legal por decreto y pertinente porque sus signos y garabatos están en el diccionario. Son exclamaciones que desconciertan por su contundencia, por su extrema complejidad y, sobre todo, por lo que entretienen sus contradicciones.
«Es que no me da la vida». Por ejemplo. Una frase muy común, sustantiva, marca comercial, lamento vital, proclama de acción, exhalación de desahucio, gloria del crecimiento personal. Se habla, se escribe, se tiktokea, en mensajerías, en camisetas de verano, en tazas de café, en sillas de playa, en gastrobares que garantizan sosiego y esos ecoalimentos que incitan a comer todo lo que da movida a los jugos gástricos. Se oye en voces de señoras bien, de caballeros más cerca de los cuarenta que de los setenta, de mocetillas arropadas en algodón indio, de corredores con deportivas 'de vestir', de guiris con moreno de piscina y protección solar, de marujas en busca y captura de regímenes que den de sí la cinturilla, de busca-nietas/os herederos de papis a los que el pluriempleo no da la vida, de dandis y dandas recién llegado/as de Cabo Verde donde no cabe más verde ni más playas ni más Cesarias Evora ni más sodades ni piden a la vida lo que no da.
Frases que fundamentan historietas de bibliotecas deambulantes, dan mucha vidilla y añaden opciones al minuto que pasa y ya es el minuto siguiente que todavía no ha llegado. Frases y filosofías de cuartel, de tertulia televisiva. Iluminaciones de simples, aviesos y develadores gatos como sigue demostrando Einstein Borges: «Ahí estaba el gato, dormido. Y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio, que estaban como separados por un cristal porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal en la actualidad, en la eternidad del instante». Al gato sí le da la vida, viene sobrao, se multiplica por siete al caer de pie, por setenta veces siete, su trampa. Sin trampas el tiempo que dura la vida media del mortal medio no da para satisfacer la media de ansiedades, proyectos, ilusiones, ni leer los mejores libros, ver las mejores películas, visitar los mejores paisajes, tener los mejores hijos. El salto del «no me da tiempo» al «no me da la vida» es una declaración de principios, esto es lo que hay, lo mires por donde lo mires. El tiempo manda.
Y lo mires por donde lo mires lo que no nos da la vida son las mariconadas (vocablo cutre al que obligan los protagonistas) con las que nos entretienen y avergüenzan seudopolíticos de diversas creencias y nacionalidades. Ya vale. Que los zurzan. Con motosierra.
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