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El sol pintarrajea este amanecer con ostentación, chulería y un caníbal manejo del arco iris. Sin prisa, con el sosiego de un solsticio recién parido -solstitium, «parada del Sol»-, esa manía bianual de tirarse a la bartola que a muchos acongoja. Mira que si a ... éste también le chamusca el calentamiento global...
El Observatorio Astronómico Nacional acaba de soltar el verano, con seguro de sol, de ese Gran Sol que desde millones de años nos contempla. ¿Y quién es ese él tan él? Las revistas del corazón científico, con elegancia y hermetismo sostenible, propagan enormidades. Su tipazo 90/60/90 se mide en millones de kilómetros, le caben cientos de Tierras en el ombligo. Incandescente, rebosante de hidrógeno y helio ionizado en su cara más visible desde la Tierra, la fotosfera, una «esfera de luz» a 5.500 ºC.
El sol y la solana, estrella de mediana edad, ya pasa de los cuarenta, de los cincuenta, de los cien, de los mil, de los 4.650 millones de años. Otros tantos le esperan antes de llegar a una vejez activa en la que se transformará en un jubilado y jubiloso anillo de gas y polvo interestelar, nebulosa planetaria, uno de los objetos más bellos del Universo. Los ilustrados chismosos aeronáuticos puntualizan que hay cacharritos mucho mayores deambulando por ahí ¿arriba? ¿abajo? ¿al lado? La sabiduría amedrenta.
Las Alejandrías todo a cien incitan a pesquisas autónomas aptas para todos los públicos. El sexto dedito soba la pantalla adictiva: dime android, androíto mágico, qué es eso del sol, nuestro compañero de cada día, fertilizador y generador de desiertos. Solis, el sol invicto, la divinidad que encarna al fuego, a la luz, al calor. El griego Helios, el egipcio Ra, el sumerio Utu, el Inca Inti, la multinacional Marbella. Es el centro de todo, teoría heliocéntrica que perfeccionó Copérnico a principios del siglo dieciséis, el Sol manda, la Tierra gira a su alrededor. Un siglo después, Galileo apañó un telescopio para comprobarlo, ver y espiar los movimientos más ocultos del Cosmos, jugada que le ganó la reprobación de la Inquisición. La amenaza de la hoguera le arrugó y aceptó «lo que usted diga», dejando en el aire el susurro «Eppur si muove» diga lo que diga usted. Giordano Bruno, astrónomo, poeta y predicador apocalíptico, veía al Sol como la estrella de un universo delicioso, habitado por animales y seres inteligentes, amables y comprensivos. No se arrugó ante las amenazas de la CIA de la época, iglesia y estado, y murió asado en el bello Campo dei Fiore de Roma. Sus cenizas navegaron por las dulces aguas del Tíber. Romanticismo salvaje, afán de saber, que envidiable pasión por el conocimiento.
Por ahora ninguna 'Science' informa que Él es él y es ella y lo que vaya apareciendo. Riguroso y perturbador, nadie le ha replanteado género, sexo o aficiones favoritas. Es todos los géneros, transexual, hipersexual, Fausto, Salomé, Narciso y Mariquita Pérez.
Lo de su pareja de noche, la Luna, es otra historia, serie B, en ocasiones apasionante enlace de ciencia y ficción que ha inquietado a las sucesivas iglesias más por hechizos que por estudios. Cosas de mujeres.
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