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Es madrugada y le toca sacar al perro. El perro alza el morro al oír el nombre de Rebeca. El perro es perra y la madrugada son las seis con sensación térmica de cero grados. Rebeca se abriga con un chalequito goretex y el guía ... con un plumas y cuatro tacos carpetovetónicos.
– Jo, ..., ..., ..., que ésta dice que hace un frío que te cagas y que se va a cagar en lo más barrido.
– Pues lo recoges, que para eso llevas bolsas.
– Le saldrá congelado.
– Mejor, más fácil de recoger.
O sea, a la calle. Salen al rellano y calientan en un baile a dúo, enérgicos golpes de pecho y pataditas en el terrazo. El vecino deja abiertos los ventanales por el bien de la comunidad, hay un bicho suelto y el frío lo espanta. El plumas y la goretex se espantan. Para prevenir bichos han tomado tarros de paracetamol y de jarabe de miel. Pero, oye, chica, si han avisado que tras la Irene y el Juan llegan días templados, por qué no esperarlos entre las mantas. La goretex y el ama de casa se niegan, hay que ver mundo, conocer gente, socializar abre las ganas de comer y las de lo que viene después. A la linda perrita, qué mona, qué ricitos, qué culito, le mentan la Filomena y revuela ingrávida, el alborozo la sofoca y ladra como leoparda salvaje. Es la niña mimada de la casa, apoltronada en su butaco hasta que tocan a calle. Mientras blinda las orejas ante las disputas intrafamiliares. Ella es familia, los demás, parientes teóricos, okupas. El padre es hombre de negocios, sin tiempo libre, qué condena; la madre educa y diseña el programa de la fiel compañerita; el abuelo se exilia en el Hogar del barrio, prohibido mascotas; la abuela y sus amigas son señoronas negacionistas, ande'vas con ese parásito, caga, mea, ladra y si te descuidas, muerde; el hermanito se ha enamorado salvajemente de Rebeca y el psiquiatra le prohíbe acercarse; la hermanita prepara oposiciones y unas croquetas que la chucha expectora con delectación y obligada visita al veterinario para resucitarla. El hijo mayor es el elegido, si es lo único que haces, hijo, qué egoísmo, qué protestas tan desalmadas, si a la hora que vuelves a casa con que mudes de camisa arreglao, y si no, ya sabes. En la negra noche los mudaos y sus rebequitas y rebequitos son un punto de luz, la beatitud del invierno. Perciben la envidia que en algún que otro piso provoca su gozo, cómo les entrenan sus chuchos, qué cuerpazos, ni el pilates.
A su cuerpazo le duele plantarle a la Rebequita que la tiene que plantar, adiós a los buenos tiempos, qué cuatro bajo cero hace unos días, qué monumental cagada coronando la cencellada, performance posmoderna, casi guggenheim. Pero la familia manda que madure, que a los treinta y pico ya puede hacerse la cama y lavarse los platos, en un pisito de soltero, en el centro, cerca de los lugares del vicio y desenfreno que lleva buscando toda su vida y entre trabajito ocasional, paro y sopa boba se le está pasando el arroz, fíjate, cari, qué descalabro.
Al volver a casa la cari saluda con su solfeo habitual y su otro lado de la cinta con su habitual mañana mismo busco piso.
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