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Cuando menos se lo espera salta un salvador. El recién llegado predica un evangelio fulminante: harás otro plan Moves, ampliarás la red de recarga eléctrica y legislarás un marco fiscal incentivador. Lo predica Wayne Griffiths en su afán de redimir el retraso de España en ... la electrificación del automóvil. Oído cocina, Sánchez, coches subvencionados –el Estado paga parte, el ciudadano compra a gusto–, conexiones a mano –multiplicidad de enchufes para correr a gusto–, liviandad de impuestos –el vendedor fabrica a gusto–, todos contentos. «No podemos seguir desenchufados. Confiamos en ustedes. Por favor, no nos fallen». Oído al cajero.
Griffiths es CEO, neologismo industrial de mandamás. Enternece el grito, tranquilo, seguro, del hado de la marca alemana VW, alemán de Inglaterra, residente en Sitges frente a un mar sin tormentas, que predica las bienaventuranzas de esa electromovilidad que baldeará el deterioro global.
¿De dónde va a salir la electricidad? ¿Centrales nucleares? Peor el remedio que la enfermedad. ¿Airosos generadores? Un día idóneos, hoy a los modernos les rompe el paisaje, arruinan el suelo, matan pájaros. ¿Placas solares? Un día subvencionadas, otro quiá. Y eso que el sol ibérico propicia llenar de conexiones todas las carreteras.
Ya se verá. Los ingenieros apuestan por la descarbonización y necesitan que el Gobierno recoja la apuesta. Si no, se van con la música a otra parte, adiós millones de inversión, miles de empleos, aluvión de pluses indirectos. Es así o nada, no hay plan B, no existe, clama Griffiths, aprendiz del general de Gaulle, «o yo o el caos». Los franceses de 1969 eligieron el plan B y no les ha ido mal.
La oenegé VW, V de pueblo (Volk) y W de coche (Wagen), el coche del pueblo, llega con fiero ánimo de lucro. Si Pedro Sánchez ha conseguido que los perros tengan derechos, Wayne Griffiths quiere que los coches del pueblo tengan emociones, complemento de lujo. Es su pasión, como la del chispas del barrio que restaura las resistencias del infiernillo para que aguante otro invierno.
VW olvida que hace pocos años corrompió gran parte del mundo a base de gasoil trucado, perfumado de aire puro, fallo por el que ha pagado y paga millones de dólares y millones de euros. Era el truco del «ahora me ves, ahora no me ves». Sus ingenieros consiguieron que el cacharro se portara bien ante el poli ecológico y pedorroteara química ilegal en cuanto no había chivatos en la costa. No es agua pasada, sigue atufando. Análisis hay que calculan que esas emisiones provocan cada año 5.000 muertes en Europa y unas 50.000 en Estados Unidos, su mayor comprador.
Como añadido, lo de que el coche eléctrico no contamina tiene su guasa. Los mismos investigadores que certifican su baja contaminación se duelen de los explosivos efluvios que hay que chuparse para fabricarlos. Si no quieres taza. Cosa de las baterías de litio, esas que acaban de apadrinar en Martorell. O sea, limpio, limpio, el coche desenchufado de San Fernando. Los fabricantes de calzado también deben hacerse riquísimos. No les fallen.
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