Secciones
Servicios
Destacamos
Con tanto destrozo de identidades y convicciones cada vez se oye más recio el grito ancestral de la humanidad: «A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre». Unifica a la especie, desde el antecessor hasta cualquier aguilucho de Barakaldo, izquierdas, progres, detrás ... del armario, delante, derecha, media esquina, diputados, tractoristas, empleados de banca, yo misma, todos anclados en ese pregón que impulsa el progreso y el desarrollo insostenible. Lo más espinoso es identificar las dos patas de ese banco: ¿quién es dios?, ese señor que todo lo ve pero nunca está en el despacho; ¿qué o quién es el hambre?, ese agujero negro en perpetuo crecimiento.
Una ráfaga histriónica, el espasmo audiovisual de 'Lo que el viento se llevó', adjudica el revolucionario llamamiento a una buena mujer alta, guapa y más mala que la tiña. El cine es una trampa que trata de contener la vida. O ser la vida. Se proyecta ahora una película de tractoristas que tampoco quieren pasar hambre. Una 'road movie' basada, por ejemplo, en la vida del vaquerillo que cuida sus vacas (poema: «He dormido esta noche en el monte...» de Gabriel y Galán). Los tractores emplatan sobre el asfalto europeo el glifosato, las cautelas ecologistas, las PAC, el ya vale de tanta inspección. Imposible será restaurar por ley la naturaleza, regresar a lo verde que era mi valle.
Quedan lejos –y excesivamente cerca– los tiempos en los que un señor regresaba desde Tailandia, con gabardina hinchable y un poli de guardería hasta la cárcel de Brieva, en Ávila. El menú de la casa era el queso Gruyere de los calamitosos fondos reservados. De nombre casi heráldico, Roldán se dio allí al estudio y a la meditación, reconvertido en inasequible olmo de ribera que no soltó ni una pera ni una moneda. Había dejado la caja limpia y salió limpio hacia el apacible olvido.
El menú degustación añadía cada cierto tiempo platos regionales, cocina internacional, bocatas, pizzas, paella, cocido madrileño. Las raciones de quisquillas de los Eres. Los calçots de los Pujol. La brandada de los mozos de Gürtel en la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia, sin que el espíritu se agitara.
El hambre y el servicio público son muy de restauración y cine, muy de sesión continua, muy de abierto a todas horas, con codiciados platos para todos los disgustos. Y si el condumio se revuelve demasiado termina en los tribunales.
Se salvan las ollas podridas de las eléctricas, de las operadoras telefónicas, de las amazonas que se desbordan, de la gran banca, siempre salen limpias y con más resplandor que la real academia. Es de ley, fomentan el progreso y no hay impuestos que les hagan temblar el pulso. Si les fuerzan a dejar la mitad de las ganancias se pillan una desnutrición que con urgencia extrema habrá que restablecer vaciando la despensa de todos, incluidos desahuciados. Ellos no han sido, es la sociedad a la que hay que seguir adiestrando ante los nuevos retos.
Otra película planetaria, esa del soldado y el banquillo entre los que desapareció un panecillo...
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.