João Ternura
Julia Cibrián
Viernes, 24 de enero 2025, 08:25
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Julia Cibrián
Viernes, 24 de enero 2025, 08:25
E n estos tiempos de desgracias mundiales, Trump incluido, hay contiendas que alegran la vida, fútbol incluido, pasión de millones de habitantes de la tierra, incluida la sin pan donde un balón alimenta contra todo lógica nutricional. Para los ajenos a céspedes y graderíos resulta ... imposible deslindar equipos, campeonatos, ligas, liguillas, incluidas las de los árabes en la costa donde Alí Babá perdió los pozos de petróleo. Un entramado como el más enredado Estado, incluidas las citas con jueces, tribunales y agresivas broncas de identidad.
Una de esas tramas es la Copa del Rey, casi revolucionaria, progresista, democrática, apacible, inclusiva, a medida de Yolanda Díaz, Copa de La Reina incluida, grandes y pequeños, patronal y obreros, el Barcelona y el Barbastro en generosa competición. El nivelazo de los Primera frente al esfuerzo y tenacidad de los últimos de la fila, que a veces ganan. Como el CD Minera, el Pontevedra, el Barbastro, el UD Logroñés, que al menos ha caído con honor, por empate penaltizado. El Barbastro por desalentadora paliza y el Deportiva Minera, de Cartagena, Murcia, por escabechina.
Lo del Minera me recuerda que en una ocasión, pequeñita, de mi talla, participé en la organización de un Campeonato de Fútbol Internacional en agosto de 1992 entre los dos extremos de esa Autopista del Atlántico que, para bien y para mal, había inaugurado Colón. Patrocinado por la Comunidad de la Rioja en tiempos de Miguel Ángel Ropero salió bastante bien. Yo aposté por el Atlético Mineiro, brasileño repleto de jugadores tan atractivos en figura como en la musicalidad de su lenguaje. Perdimos ante -¿adivinan quién?- el Atlhetic de Bilbao.
El derrotado Mineiro tenía en su historia fundacional un goleador quimérico, un tal Machado, predecesor de los Reinaldos y Ronaldiños que vendrían después. Aníbal Machado nunca fue futbolista, eligió ser poeta y novelista y de él conservo un ejemplar de su bella y agorera novela «João Ternura». Y por tozudez, en versión original, que sigo traduciendo a retazos, sin empacho, ya que su autor la escribió a retazos durante los últimos cuarenta años de su vida. «...cómo ha pasado el tiempo! ...cosas que parecían lejanas de repente se acercaron. Y no son lo que esperábamos...nos topamos con la nariz contra una pared«.
João, flaco y desaliñado, vaga roto de la vida por las calles de Río de Janeiro, «treinta y nueve grados a la sombra. Torbellino de fuego y gente... ¿Desde cuándo esa explosión, ese revuelo?» El revuelo de la Revolución le absorbe cuando paseaba hacia la playa de Copacabana, los sublevados le endilgan un arma y ya es héroe sin saber de qué ni de qué lado. Cada vez más perdido reza para hacerse grande: «Señor, al menos otros 15 kilos...que no parezca tan insignificante...que aumentando mi presencia corporal...pueda ofrecer un material para captar...»
El definitivo espejo de la batalla, el brillo de la carne sobre el hueso.
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