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Atruena una insólita zozobra de chicharras en cuanto caen las diez de la mañana, los veintiséis grados a la sombra y la vuelta de tuerca de levantarse, desayuno, besos a la ayuda a domicilio, familiar o contratada, y a la calle. Al parque, a los ... jardincillos del barrio, a sacar brillo a los bancos, ruta financiera saludable. Los aligustres, tilos, castaños e insolentes plátanos entoldan el concierto de sus huéspedes, gorriones, mirlos, algún petirrojo y las desagradables palomas y tórtolas turcas, vientres en explosión, antes símbolos de paz. Los pájaros también envejecen y se discapacitan. Un surtidor limpia el aire con sus deslumbrantes chorritos y acompaña saludos, carrasperas y las soflamas del enemigo, esas que alertan de que ya viene la calor. Asustan hasta a las sirenas de los bomberos. Caray con los avances, esta medicina, ecológica, salud natural de toda la vida de dios, ahora también envenena con efectos secundarios. El viento y el aplauso de las hojas templan el sofocón.
Hacia el mediodía el festival de bastones, andadores, sillas de ruedas y polivalentes carritos Carmen van cumpliendo aforo. La manga que riega el Ayuntamiento obliga a intercambios de asientos, más frescos los recién mojaditos. Sinfonías de frases revolotean entre las primeras hojas caídas. Una pareja conversa para todos los públicos. Ella, morena con voz bien timbrada, de soprano, collares electrónicos al cuello, exhorta sobre las delicias del amor «ni se te ocurra, eso no se lo permitas, con esos pantalones de mafioso te volverá a engañar y luego...». Él, bien rasurado, camisola amplia, mantiene los labios levemente fruncidos, sin sonrisa, sin siquiera el silencio que calla y otorga, ojos prisioneros de un punto por el que ve lo que ya ha visto. A ella, la cuidadora, no la ve, ni se ve a sí mismo como cuidado, pareja emblemática de los paseos saludables en los que la vejez es el tercero en discordia. Cerca, una criaturina se amarra al andador de su abuelo, ella también quiere, angelito.
Hay bancos que son playas de veraneo, salas de visita, estaciones de llegadas sin programar, terapias con la voz del médico de cabecera, milagro de las consultas telefónicas, palabras del día a día que nunca ha de volver. Hay quien regaña al andador por su parsimonia, qué cachaza tiene, o al hombretón cetrino que endereza las ruedas. Entre los parterres, los agentes de El Globo Ayuda, sudamericanas, rumanas, mauritanas, senegalesas, más lo que corresponde, en menor cifra, al género masculino, cumplen sus tareas. Qué riqueza oír, sentir ese mundo tan lleno de equilibradas contorsiones. Una ópera coral, concisa, vital, llena de subtítulos en idiomas de difícil traducción y de riqueza gestual.
A la velocidad y al ritmo que corresponde a un mocoso de pronto cruza el parque un monopatín. Tras el susto se esparce un nostálgico sentimiento de envidia «a ver cuándo ponen pilas a estos, que no andan solos y de empujar sale chepa». Ni en sueños, colegas, insana envidia, hay que hacer ejercicio, la actividad alarga la vida, añade kilómetros al camino. La eterna juventud posible.
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