Lo que hubiera dado Pedro Sánchez por llamarse Pedro Sanz y ser una potente denominación de origen, gran reserva, rico en sabor a votos, frutado de mayorías absolutas. Vuelve del recuerdo aquel Señor de Igea porque un día encontró una nueva cepa, un proyecto de ... alto calado, un Guggenheim residencial sobre una loma árida, con guardaviñas de lujo desperdigadas armoniosamente por las faldas de El Corvo y de su pareja la Fonsalada, dos chepas de arcilla que iba a reconvertir en una ecociudad, testigo de la barbaridad con que avanzan los tiempos. Sesenta hectáreas de parque habitable, con tres mil viviendas tan apetecibles que tres mil vecinos soltarían hasta los ahorros que no tenían para catarlas. Y por si las piernas ya peinaban canas, dotado de un pequeño pero potente funicular. ¡Un funicular!
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Pedro Sanz, con el apoyo de su equipo, en especial de su vicepresidenta y consejera de Turismo y Medio Ambiente, la arquitecta Aránzazu Vallejo –qué Yolanda sería– se lo tomaron a pecho. El proyecto lo desarrolló, tras concurso, una oficina de Arquitectura y Urbanismo muy premiada (con el Mies van der Rohe de Arquitectura Europea, con el Ámsterdam de las Artes y otros) La mercantil LMB actuó de interlocutor cercano e imprimió un fascículo de fácil acceso que diseccionaba a todo color esa ciudad imposible. Sustentada en un vial único de joroba del Corvo a jorobilla de la Fonsalada, jardín del edén para sus moradores, imán de turistas, materia de estudio para las revistas técnicas y expectación en las más altas esferas. Eso fue la grieta, las altas esferas.
El presidente y su consejera formaban un matrimonio político, del PP, indisoluble. Inesperadamente surgió, como suele ocurrir, la infidelidad, y como suele ocurrir, con su mejor amigo, de la propia familia PP. El Otro regentaba en ese momento la Alcaldía de Logroño, poseedora del solarcito milagroso y ni por pienso quería soltarlo. Se chivó al Supremo de aquí, que entre primos, parejas y hermanos no metas mano, se escabulló dando la razón a los traicionados. El Otro, Julio Revuelta, también arquitecto, con el rebote saltó a otro Supremo más Supremo, al Supremísimo, que sentenció a su favor. El Corvo, por ser imparcial, no dijo ni pío. Y entonces llegó Escobar.
Obviamente don Conrado sabe mucho mejor que yo los detalles de esta historia. Quizá tenga nostalgia por un proyecto objetivamente sugestivo. Los dibujos muestran una montañita urbana ondulada, arrebolada, que podría haber complacido al Bosco, don Jheronimus, porque el aire que se da a los chabisques que amurallan la zona alta de su Jardín. Dice don Conrado que «Logroño tiene que volar». El Corvo, de acuerdo, lleva milenios esperando. «Será un espectacular mirador verde» por encima del Camino de Santiago, que pasa a sus faldas. Al actual alcalde le reprochan que trabaja «a golpe de ocurrencia». Pues, golpe por golpe, que se le ocurra lo del funicular, que los peregrinos vienen mu mataos para subir la resbalosa ladera hasta la cima. Y se han ganado ver Clavijo y al Santo bandera al viento animando la marcha. Porfa, el funicular.
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