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Llevo diez días meditando. Qué ha pasado. Aposté en la ruleta de la sangrante actualidad al número que no correspondía salir y almacené inquietud hasta el último momento. Era una apuesta engañosa, aparentemente a su favor, inquietante, con la casa, el chándal y la batita ... de boatiné encadenados sin tiempo fijo. Hasta que se hiciera la luz. No era descabellado, los objetos/sujetos apostados propiciaban todo tipo de mantras. Son ya diez días. He fallado, costumbre que tengo, menos mal.
Desde el avieso tablero yo veía al carísimo Primero de España y Tercero de Ferraz envejeciendo en el Monasterio de La Virgen de La Moncloa, creciendo en sabiduría y bondad. Ambos, él y ella. Ambos santos y ambos mártires. La iluminación les hacía ermitaños de su ermita más preciada. Para eso se habían retirado, presentía yo. A la guisa de otro primero de España que de Yuste sacó huesos místicos, intestinos pura fibra y la visión clara de su destino, o sea, del de todos. Los ermitaños son señores y damas que por solidaridad se dedican a encontrar ese santo grial que a una parte de la humanidad mejora la vida, regala segundas oportunidades y residencias, a la par que a la otra parte, a los malignos, la siniestra oposición y los medios demediados, da la boleta. Han nacido con el gen de la santa gobernanza que tanto cilicio modelo XL arrastra. Se arriman al árbol de la buena sombra y mejor ciencia y transcienden su propia apariencia. Son el flautista de Hamelin y los cien mil hijos del partido; Pierrot el Loco y Colombina; Maese Pedro y el teatro de las Maravillas; Ignacio de Loyola y sus abstrusos ejercicios de sacar jugo al desierto; Simón El Loco de la Columna y su constante faquirismo vertical, muy vertical. Queda en el aire otra opción entrañable, díscola y temeraria, la de ser ermitaños okupas. La ley les ampara, que s'atreva la Ayusa. Por mu'Manola que se ponga con su madrí, madrí, madrí, distrito Moncloa/Aravaca, si no quieren, de ahí no les saca ni la papisa Yolanda.
Como ermitaños oran, laboran, baten y rebaten, hasta que la crema de su CIS llega al punto de transverberación, experiencia mística e ideológica que quema el corazón con ardiente fuego electoral. El retiro elegido aporta energía para interpretar las señales. El dolor de corazón dirige el camino. O sea, todo queda como está. El propósito de enmienda socialdemócrata y universalizadora, supranacionalista, ya vendrá, no hay prisa, queda mucho por meditar, si la enmienda no viene, es que no conviene. Los devotos votantes todavía no están preparados.
Si veinte años no es nada, cinco días, fíjate. Demasiado temprano el abandono del eremitorio. Si se deserta antes de tiempo de lo que escuece, no cura, la regla monástica del bien común no fragua. Aunque dados los currículos cualquier día les llega otra transverberación, vía comunicado judicial o atentado de seudomedios, y reanudan la oratio. Y a ver qué.
Los vaivenes de este señor, por muy legales que sean –está en su derecho–, inquietan, entretienen e incitan a la seudosátira, pero duelen como dolor de un gran amor: «Devuélveme la fe de los ochenta y...»
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