Cuando un ala del viento anuda tirillas polares a la garganta o un paso de cebra comparte raya entre dos velocidades antagónicas o un súbito exabrupto político agita el retrovisor del desasosiego estallan frases de agónica supervivencia «qué he hecho yo para merecer esto», «con ... lo bien que se está en casa», «esto sólo me pasa a mí». Y al otro lado de la supervivencia, cuando el viento sopla a favor y las rayas son de autopista, «yo no le debo nada a nadie», «yo me he hecho a mí mismo». Concepto éste de moda que comparten los padres de los que no deben nada a nadie que tampoco deben nada a nadie, como tampoco sus padres. Y así hasta Noé que las viñas plantó y al que los Álvarez de Valladolid tampoco le deben nada, ellos y sus Vegasicilias se han hecho a sí mismos. Los sustos cacarean la crudeza de los balances personales.

Publicidad

Ilustres antecesores a los que tanto debemos parieron «frases sinónimas». Quizá la más sinónima la firmó para todas sus posteridades Antonio Machado en su 'Retrato', autorretrato rebote: «Y al cabo, nada os debo;/ debéisme cuanto he escrito». Todavía le quedaban al chico arábigo soriano muchos versos por soñar, montones de sapos por tragar hasta quedar desnudo ante la mar, la imagen más poderosa de no deberle ya nada a nadie. Nadie dudó de él a pesar de las dudas casi ontológicas de alguna de sus sentencias «...soy, en el buen sentido de la palabra, bueno». O sea, bondad de la buena, sin imposturas de sentidos ajenos. El poeta de eterna fidelidad a su Leonor y a los Campos de Castilla fue considerado en su tiempo mejor persona que poeta. Eso escuece, incluso en el buen sentido. Sus compis de generación y aledaños –Juan Ramón Jiménez, el más más– se sobraban de poderío creativo, de alquimias ante la imagen más oscura y la palabra más discordante, muy aliñado todo ello con el don de la chulería. Quizá buenos en el mal sentido. La chulería buena de Machado, aneja a la melancolía de sus días azules y a su manantial sereno, recuerda «...quien habla solo espera hablar a Dios un día».

Los habitantes del yutú tampoco le deben nada a nadie, hablan por megafonía con lo más altísimo, lo cantan y cobran quizá lo que no les debe nadie. Y mira que debemos tanto a tantos. Debemos tanto a Fleming y a sus maquiavélicos antibióticos. Debemos tanto a Maquiavelo y a sus progresistas príncipes. Debemos tanto a príncipes y gatopardos que han movido la rueda del progreso en todas las direcciones, incluida la buena. Debemos tanto a Gutenberg y su intento de reconvertir el mundo en un club de lectura. Debemos tanto a Buda que inventó el sillón de larga duración para que las almas dormidas aviven el seso y despierten...

Machado aviva la sesera en la bella costa mediterránea de Colliure, contando al dios que tuteaba una muerte que no debía haber sido, una guerra que no debió producirse y un vejatorio exilio que añadió porrazos a su historia de «...casos que recordar no quiero». Serrat extrajo de sus versos la música, el conocimiento y el aprecio popular que se le debía para que haya paz y el ayer bueno bueno siga siendo todavía.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad