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Pongo bici quito coche quito coche pongo bici quito coche pongo. Es el sublimado de la excitante batalla ideológica que embrolla la convivencia local y casi casi universal. La bici, alimento vital, omega tres rodante. El coche, corruptor del aire, bilis negra atmosférica. La bici, ... corpore sano, mente ágil y luminosa. El coche, opio de vagos. La bici, hacendosa mulilla. El coche, dramática siniestralidad. Artefactos rodantes contra artefactillos pedaleros.
El coche fue, es, símbolo de ascenso social, certificado de haber llegado, premio gordo de los concursos; hoy, animal omnívoro, todo lo destruye, lo contamina, lo corrompe. Me gusta el coche. El coche fue la «maría» de refuerzo de muchas liberaciones. Me gusta la bici. Conservo la Orbea azul que tantas tiritas me regaló. Son amores distintos, complementarios para muchas personas, ayudan a sobrevivir. Y aunque suene cruel, de los dos cacharritos, más del malo que del bueno, depende la economía global, su sustento.
La generación que coincidió con una dictadura a la que se acercaban los chicos del opus con ánimo de ser ministros y limar las esquinas del tugurio, criticó con acritud ideológica –qué perversión, qué abuso– los cochazos de importación que no se sabía cómo entraban con tanta montaña de aduanas. Sus brillantes cristalerías rechazaban los clavos de las torvas miradas peatonales, preñadas de justicia social, un día os vais a enterar.
Un día el coche es vehículo popular, libertad, aire de fiesta, respiración asistida, acerca al pueblo, al curro oficial, a las chapuzas anejas, a Toulouse, es un congreso laboral in itinere, truhán y culto. Con unos ahorrillos y a plazos se pilla un 2CV, un 4RL o un iberizado 600. El «cuatro latas», un paralelepípedo alargado que flota sin rozar el suelo, con una primera que salva cuestas imposibles, es la protofurgoneta de agricultores y ganaderos, vacas y pastos de montaña ahí mismo; de fontaneros y electricistas, tubos y cables a pie de puerta; de Vicente Alexandre, que huela la luz de Madrid más allá de la ventana; del Papa Francisco, que busca en su Argentina natal las catequesis de las liberaciones.
Hasta que le ahoga y desaloja de la carrera la normativa anticontaminación. Y así, al completo, puede servir de referente para una comparación inquietante: la arrogancia de los ejecutivos políticos –otra contaminación– está recreando una gobernación «cuatro latas». Un gran espacio, con vocación de maletero, que se abre a cualquier decreto ley, progre o retro si el carné del chofer mantiene los votos necesarios. En la transición primaba la marcha automática, dirección asistida, plácido paso de partidos sin tirones ni raspones. Los ahogos electorales apretujan las chapas, desangulan los ángulos. El ejecutivo «cuatro latas» abre el portón trasero al Vox que baja de Covadonga, al VoxIndepen que sube a Montserrat, al VoxTrans de San Fermín, al que se apunte, todos arrejuntaos y revueltos.
Si las vidas son los ríos que van a dar a la mar, estas penitentes vidas públicas son una red de carreteras y autopistas que van a dar al atasco.
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