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Una de las alergias más multitudinarias y agresivas, que ni atiende a prevención ni a remedios caseros y para cuya curación hay que seguir estricta, subditamente, las prescripciones facultativas aptas para la variante de cada primavera, la produce el alergeno «ierepeefe», más virulento cuanto mejor ... van las cosas. Así que todas las primaveras se piden escaleras para subir a la cruz impositiva o peregrinar a Lourdes para «que me quede como estoy». Quizá una Santísima IA de pago o algún primo asesor financiero consigan una sabrosa devolución y zafen el ingreso en cuenta. Es una ruta penitencial que cuesta mucho en metálico, que desgrava poco; en desgaste de neuronas, que agravan mucho, y, sobre todo, en hundimiento emocional.
La casilla 505 es la puerta de entrada a la declaración de la renta que, como todas las declaraciones, incluida la de amor, es una bajada a los infiernos, huida libre de la paz del sueldo fijo. Al primer aviso, el paciente medio se amarra al monedero y jura por lo más sagrado y lo más profano que su propiedad privada es suya suyísima y consta de dos perrillas de nada. El Estado es mu mimoso con los pequeños y adora las perrillas, son más fáciles de sacar. Las otras, las perronas, se blindan. En ocasiones «nefastas» algún seudo medio, con esfuerzo y perspicacia, caza primeras planas de elefantes económicos, generalmente mamando de la ubre pública. Se abren y lían procesos, saltan otros elefantes, se desvirtúan las querellas y el desenlace rara vez concluye en el clink/caja de la devolución a la caja común.
En Logroño, tierra de haciendas sanas y saludables, es un alivio acercarse a la sede de Hacienda, acogida en la calle María Zambrano. La placa es una memoria que se activa en cada deambular, una postal que viaja hacia el sur, hacia el mar, en busca de esa inspectora de claros del bosque a la que no se le escapaba el canto de ningún pájaro. Homenaje a una señora mareada por mares, tierras, aventuras, trenes, países, guerras, barcos, libros, aprecios y menosprecios, en ida y vuelta a su Vélez-Málaga. Es su casilla 505, lanchita marina en la ribera de un río que alguna vez fue navegable, que abre la ruta de sus filosofías al «centro en el que no siempre es posible entrar». Creadora de una de las mayores bases imponibles en textos, iba y venía tras la mar océana de sus exilios. El exilio era su patria, declaró, una desgracia y un tesoro.
Leí 'Claros del bosque' con perseverancia y una admiración que crecía en cada frase. Algo entendí. El fondo de la cuestión me quedó lejos. Encontré –y perdí– lianas sueltas, guías por senderos y recodos tras los que chocaba con algo que quería decirme. «No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos». Se me escapó ese idioma. Tendría que ver más mundo, exiliarme como ella, lúcida hasta su última ancianidad: «El tiempo pasa y es así porque tiene sus pasos; viene a pasos discontinuamente y por ello se hace sentir como si fuera alguien, un dios tal vez con su ley...» Ese es el patrimonio que nos pierde, que nos salva.
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