Releo una entrevista antigua a Michael Jordan declarando: «Mis héroes son y fueron mis padres, no me imagino teniendo a otras personas como héroes». Seguidamente, otra reciente llama mi atención y me parece acuciante abordarla. Es la relacionada con una serie que hace furor entre ... los niños y preadolescentes. El hecho grave y urgente es que la serie no va destinada a dichas poblaciones.
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Adivinaréis, hablo de El juego del calamar. No es esta una serie educativa, ni divertida, ni de evasión. Los asesinatos, torturas, la violencia sexual hacia la mujer, etc. son y deben ser todo lo contrario a los valores que queremos que tengan nuestros hijos. Cuando ellos y ellas ven continuamente o con frecuencia en esta y en otras series, películas y dibujos, actitudes y conductas de este tipo, normalizan la violencia y la toman como algo cotidiano y asumible, incluso posible y necesario —creer que contenidos como esos les harán más maduros es un severo error pues solo les roban la infancia y les vuelven violentos—. Nos llevamos las manos a la cabeza por las agresiones sexuales, el acoso escolar y cibernético, la violencia filioparental, los botellones con finales delictivos y en su raíz está la normalización de la violencia. Si bien la serie puede aparecer como una crítica a la avaricia por el dinero nuestros hijos menores de 16 (y muchos de más de 16) carecen del sentido crítico e inteligencia emocional suficientemente desarrollados y fuertes como para decodificar esos mensajes críticamente. Es más, hasta para nosotros, adultos, es seriamente perjudicial el acostumbramiento a ese tipo de manifestaciones, incluso en canciones y videoclips, donde el tomarse la justica por la mano, la violencia o la agresión sexual están justificadas y banalizadas.
Y ¿qué hacer? Sé que ser padres no es fácil y decir no tampoco lo es, pero es nuestra obligación enseñarles caminos correctos y ejemplos adecuados. Podemos hacer varias cosas como usar el control parental para los programas. Revisar previamente los contenidos visuales, musicales o juegos que les vamos a dejar ver o que quieren ver nuestros hijos y comprobar si son adecuados a sus edades. Educar la mirada, enseñarles que aquello que ven en las series o en las películas no es real. Conversar sobre lo que quieren ver, o lo que ya han visto (sin permiso, en otros sitios, pues esto ocurre) y exponerles razonamientos que cultiven su pensamiento crítico. Facilitarles otras opciones de ocio, deporte y lectura. Y por encima de todo, recordar que los niños aprenden por imitación las conductas que ven, por tanto es nuestra responsabilidad ofrecerles modelos positivos en los que fijarse. Pasados los vaivenes que conllevan ciertas edades será para nosotros un orgullo oír de sus bocas palabras como las que Jordan dedica a sus padres, pues como sabemos y dijo el economista Turgot: «El principio de la educación es predicar con el ejemplo».
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