En el marco del «diálogo social» ha emergido un nuevo asunto de interés general, aproximadamente. La ministra del ramo ha propuesto modificar la ley para reducir la duración máxima de la jornada laboral: de cuarenta a treinta y siete horas y media de aquí a ... 2026, no sé si de forma inmediata o en «veces», y a treinta y dos en 2030.
Publicidad
La cuestión no pasaría de la categoría de disputa natural entre contendientes habituales si no fuera por la nueva fundamentación de partida: el eslogan «trabajar menos para vivir mejor» hecho suyo por la promotora. Nada ingenuo, nada espontáneo, ha de advertirse.
La idea deriva de la 'Iniciativa para el uso del tiempo', una entidad difícil de clasificar a la que nuestro gobierno ha encargado un «estudio» de bases para una ley de Usos del Tiempo y Racionalización Horaria. Del análisis de sus conclusiones lo nuclear sería que el «tiempo es una cuestión política y se puede conceptualizar como un derecho de toda la ciudadanía». Para un filósofo esto es difícil de digerir.
Hay que leerlo con atención. Si la tesis progresa el tiempo perderá la condición de ámbito o dimensión para el despliegue de la vida humana para convertirse en un derecho ciudadano. No entraré en detalles, para no aburrir más, pero donde se establece un derecho hay pérdida de libertad. Si el tiempo lo es, entonces el gobierno regulará legalmente el uso que hacemos de él los ciudadanos, al parecer para que lo empleemos de forma «racional». Un paso más en la sistematización teórica de la existencia humana, la nuestra. Lo llaman estado de bienestar y de ahí la consigna «trabajar menos para vivir mejor», probablemente también con la mejor intención.
Publicidad
Pero no se entiende bien, y eso que no he puesto ni la mitad. Estos análisis son así: abordan aspectos de nuestra vida que cuantifican y miden para equilibrarla «racionalmente». Y sin más, el trabajo deja de ser una actividad personal, con sentido. Sólo es tiempo y, además, del que hace la vida peor. ¿De verdad vamos a aceptar pacíficamente la hipótesis oculta por la que el trabajo nos hace vivir peor?
Yo creo que no: «trabajar da orgullo». La frase no es mía, es de una estudiante universitaria que un verano ejerció como camarera en el bar del pueblo. Era la primera vez en su vida que tenía un empleo retribuido y descubrió fascinada que servir unos vinos y atender un local la convertía en autora de algo, tal vez de crear un ámbito de relación, pero sobre todo le permitía saberse «alguien para los demás», sentirse útil y orgullosa.
Publicidad
Es lo mismo que he escuchado a la práctica totalidad de los empleados de mis clientes cuando hablan de su primer día en la Empresa; pero también cuando, en el marco de nuestras actividades de desarrollo, reflexionan sobre su cometido. Probablemente se parezca a lo que experimento al ver que mis alumnos o los participantes en mis talleres logran mejoras y creo haber tenido algo que ver en ello.
En el último número de Harvard Business Review, Bernstein, Horn y Moesta firman un artículo sobre las causas de la renuncia de los trabajadores que abandonan las empresas. Mi experiencia coincide con su tesis: los humanos necesitamos un trabajo significativo y si pierde sentido lo dejamos o lo cambiamos. Igual que en el caso de nuestra universitaria, el trabajo es mucho más que un mero producir o un simple ganar dinero. Y la insatisfacción laboral, esa mala vida si se prefiere, no deriva de la duración de la jornada, sino de que la tarea no nos diga nada. Ni largo, ni corto, ni mejor ni peor pagado, si no tiene gracia, si no es estimulante, si no nos ayuda a crecer... lo dejamos. Más aún si resulta tóxico.
Publicidad
Aunque la de Norteamérica es otra realidad «laboral», en la nuestra también puede constatarse una «gran deserción»: casi todas las semanas me entero de que algún «joven de mi edad» se ha acogido a una jubilación anticipada para poder dedicarse a «lo que realmente le gusta». Pero no termina ahí. Cada vez más, los trabajadores en activo muestran insatisfacción o cambian de empleo porque buscan algo donde poder realizar su talento.
La Empresa, como ámbito privilegiado de desarrollo real de las personas, no está siendo juzgada adecuadamente. Creo firmemente que ha sido así en todo tiempo y ahora mucho más. Lamentablemente seguimos padeciendo prejuicios que bloquean el mayor y mejor despliegue de «su valor como generadora de valor», del valor de la transformación, neta y puramente humano.
Publicidad
La verdadera cuestión no es aumentar o reducir la jornada: hay que ser adultos. Se trata de hacer justicia a la actividad productiva, siendo conscientes del valor de generar valor, de recuperar el orgullo por el trabajo y de transmitirlo.
¡Oferta 136 Aniversario!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.