Con el relajo del verano, los ciudadanos tratamos de huir de la tristeza del invierno y buscamos entretenimientos que proporcionen solaz y esparcimiento, además de diversión, y en esas estaba yo, cuando se me ha ocurrido de repente un pasatiempo, por una parte, altamente gratificante ... y por otra, altamente deprimente, que me ha hecho tener serias tentaciones de solicitar mi baja en el género humano.
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El entretenimiento consiste en participar, por supuesto parapetado tras un caritativo seudónimo que evita que los insultos se remonten a mis antepasados, en las consideraciones que en la prensa hace la gente a propósito de cualquier acontecimiento y, ante las noticias más o menos relevantes, hacer comentarios, normalmente malintencionados y llenos de ironía, sarcasmo y sentido común, con la finalidad de observar con interés puramente científico, la reacción de quienes pierden el tiempo en participar en esos foros, entre los que me he incluido temporalmente.
El experimento ha sido indudablemente interesante pues, además de poner de manifiesto un nivel horripilante de faltas de ortografía y atentados a la sintaxis y de manifestaciones de falta de lectura comprensiva y de mala educación, he podido obtener diversas conclusiones que brindo a los investigadores que estudien la abismal incultura de muchos de nuestros conciudadanos.
Efectivamente, he hecho una encuesta entre las contestaciones a mis comentarios, que ha superado mis expectativas, y el resultado ha sido que el 80%, o han leído mal lo que he escrito, o lo han entendido al revés, o son cretinos de solemnidad y se limitan a insultarme y a poner en duda la legitimidad de mis ancestros. Otro importante porcentaje, tras leer mis comentarios, apaga el cerebro y rebate mis opiniones con declaraciones trufadas de fanatismo y odio que nada tienen que ver con aquellas, con el añadido de que, para unos soy un fascista irredento y para otros un peligroso anarquista rojo. Está claro que no se puede contentar a todos. Un tercer grupo, más sofisticado, me amenaza, informándome de su intención de fusilarme al amanecer, cosa imposible puesto que jamás madrugo tanto, y, por último, un escaso uno por ciento discute mis afirmaciones con argumentos, unas veces asumibles y otras discutibles, pero en todo caso propios de seres humanos inteligentes.
La triste conclusión es que es inútil pretender razonar con la inmensa mayoría de la masa, que se aferra a sus ideas preconcebidas, no basadas en ningún proceso racional y fundadas en comentarios de barra de bar o en fanatismo y odio, y a la que es inútil intentar convencer de nada puesto que carece de los mecanismos de raciocinio que teóricamente distinguen al hombre.
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Si es cierto, como algunos afirman, que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, habrá que plantearse seriamente la personalidad de Dios.
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