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Aquellos que nos gobiernan... perdón, rectifico lo de 'gobiernan'; aquellas personas abnegadas que mediante un enorme sacrificio, con grave perjuicio para su estatus personal, económico y familiar y renuncia a su bien ganada situación profesional, se entregan en cuerpo y alma a la altruista labor ... de velar por nosotros y procurarnos el bienestar máximo (creo que así queda mejor), han decidido, una vez resueltos los pequeños problemas que nos ocupaban, tales como el paro, la sanidad, la educación, la inflación, la convivencia y el odio indiscriminado... emplearse a fondo para enseñarnos, cueste lo que cueste, a comportarnos y, sobre todo a pensar, ahuyentando las perversiones en la forma que nuestros guías consideran oportuna.
Los susodichos defensores de la fe, con la misma convicción y fanatismo que esos guardianes de la revolución dirigidos por los ayatolás en Irán, saben mucho mejor que nosotros, pobres ciudadanos desorientados, qué nos conviene pensar, cómo debemos comportarnos y, sobre todo, cuál es la sociedad ideal, que no es otra que la que ellos nos imponen mediante la enseñanza de que cualquier opinión o idea que no sean las que ellos nos infunden es dañina y no hace más que cerrarnos el camino a la felicidad. Así, califican de erróneas y perjudiciales para la salud cualesquiera ideas distintas del aplauso y la alabanza entusiástica de todas aquellas que nuestros pastores nos insuflan y, de paso, proscriben maldades y malformaciones tan evidentes como, por ejemplo, contar chistes de mujeres, gays, cojos, ciegos, fontaneros, abogados, médicos, en fin, todos aquellos que sean capaces de herir la susceptibilidad de estos colectivos tan sensibles. ¿Qué les voy a contar?
So pena de ser tildados de machistas falócratas impenitentes, nos enseñan que ceder el paso a una mujer o, vade retro, cederle el asiento en un transporte público ocasiona severos daños morales a la así ofendida, que precisará para superar el estrés postraumático asistencia psicológica puesto que tan intolerable actuación llevará a esa pobre mujer a sentirse tratada como un ser inferior y repercutirá en los retoños que pueda traer al mundo.
De hecho, nuestros guías han instalado en nuestra sociedad la ley no escrita de que si alguien se siente ofendido por la palabra, el pensamiento o la obra de otro alguien, tiene perfecto derecho a que ese otro alguien, previa confesión de su arrepentimiento, sea expuesto a la vergüenza pública y castigado a traducir uno de los inexplicables galimatías de Yolanda Díaz o, en casos más graves, a ver íntegro el festival de Eurovisión.
Y yo, que también soy alguien según me han informado, reclamo mi derecho a la intolerancia y aviso que mi sensibilidad se resiente en forma severa ante la espantosa visión de señores de edad provecta con pantalones cortos y sandalias; de jóvenes con pantalones pirata y sobacos peludos que dejan entrever sus camisetas de tirantes imposibles; de tipos que salen en Logroño en bañador y chanclas... Y de quienes transitan por aeropuertos y acceden a aviones sin haberse despojado previamente del olor a macho cabrío. Tengo derecho a que se extirpen esos comportamientos.
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