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Últimamente estoy un poco desasosegado porque barrunto que, a pesar de que el Registro Civil y mi libro de familia aseguran de forma tranquilizadora que nací en Logroño de padres sin tacha, hay graves indicios que cuestionan tales afirmaciones y sospecho que debo ser un ... extraterrestre incrustado en forma subrepticia en una familia aparentemente normal.
La sospecha tomó cuerpo la última vez que fui a cortarme el pelo y, para amenizar la espera, la peluquera me proporcionó varias revistas de actualidad que ojeé con interés. Súbitamente y con espanto, me di cuenta de que pertenezco a otro mundo.
Las revistas, sin apenas texto, para no fatigar los cerebros de sus veedores, que no lectores, estaban repletas de visitas a suntuosos palacios y casas lujosas, en la mayor parte de los casos decoradas con horroroso mal gusto, pertenecientes a una serie de nobles, princesas y 'famosos' de cuya existencia no tenía la menor idea.
Como complemento, incluían diversos reportajes acerca de la vida, milagros, emparejamientos, desparejamientos y vacaciones de una serie de hombres y mujeres totalmente desconocidos para mí y que se caracterizaban por ostentar una estética hortera y un afán inmoderado, sobre todo en las chicas, en mostrar la mayor parte de su anatomía sin llegar infringir los códigos morales vigentes.
Y ahí mi autoestima sufrió otro duro golpe, porque pregunté a mi peluquera que quiénes eran esos extravagantes personajes. Ella, solícita pero como con cierta incredulidad y conmiseración ante mi ignorancia, me aclaró que «salen» en unos programas de TV que jamás he visto, dado que apenas veo televisión y, de hecho, en mi casa no hay un aparato de esos en el cuarto de estar o salón. Otro punto en mi contra.
Con una cierta vergüenza tengo que reconocer que carezco de redes sociales y en realidad ni sé muy bien qué es eso, ni tengo la menor idea de cómo se afilia uno a ese campo de acción. Utilizo el móvil para llamar y recibir llamadas y enviar algún WhatsApp y no tengo juegos, ni veo películas en él y me parece sánscrito cuando gentes más enteradas que yo hablan de pantallas, tasa de refresco, megas y gigas del móvil; en fin, que mi ignorancia tiene pequeñas lagunas.
Y, por último, no tengo esas habilidades sociales que permiten a los que están en la pomada quedar con uno, o varios amigos, sentarse en un bar y dedicarse todos ellos a conversar vía WhatsApp con otras personas ausentes olvidando a los presentes. Por no hablar de esas parejas que, sentadas en un velador, desenfundan el móvil y pasan el rato hablando con cualquiera que no sea su pareja, a la que ignoran.
En resumen, que claramente soy un marciano recalcitrante y sin ningún propósito de enmienda y, además, siendo honesto, tengo que reconocer apesadumbrado que me entretengo leyendo todo lo que cae en mis manos, viajando, escuchando música y, lo digo con vergüenza, ¡hablando con mis amigos e incluso con mi mujer!
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