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En España, y Goya lo dejó bien claro en su 'Duelo a garrotazos', no existe eso que se llama diálogo o contraste de pareceres; aquí somos mucho más expeditivos y pasamos directamente a la confrontación despiadada y ausente en absoluto de argumentos, que son sustituidos ... por la descalificación personal y la imputación a quien no está de acuerdo con nosotros de casi todos los vicios existentes y de algunos nuevos.
Viene esto a cuento de las últimas –¿o penúltimas?– elecciones celebradas que, una vez más, han puesto de manifiesto que Caín nació en España y que nuestro país difícilmente tiene remedio.
Los españoles, que siempre nos hemos mirado en el espejo de Francia, unas veces con envidia y otras con odio, no hemos sido capaces, al contrario que los franceses, de crear una conciencia de país ya que, desde aquella guerra civil que duró ochocientos años entre los españoles cristianos y los españoles musulmanes, hemos andado a la greña: guerras carlistas, guerra de sucesión, guerra civil.... Pero, eso sí, conceptuando a todos los que piensan diferente como desechos de la humanidad y portadores de todas las lacras y taras.
No hemos aprendido de los franceses a, una vez ajustadas las cuentas con la historia que los galos hicieron en forma drástica en la Revolución, unirnos para levantar el país y olvidar las deshonras, como hicieron en Francia con su vergonzosa actuación en la Segunda Guerra mundial colaborando con los nazis, que han olvidado convenientemente.
No, en España, no se olvida ni se perdona, y una mitad de españoles quisiera exterminar a los hijos y nietos de quienes apoyaron a Franco, mientras estos propugnan la expulsión de aquellos descendientes de quienes apoyaron a la República, y así nos encontramos en la penosa situación de absoluta impermeabilidad entre los dos bandos que perpetúa la división y el odio entre los españoles.
De hecho, en estas últimas elecciones no hemos votado a favor de ningún partido ni motivados por ningún programa. Hemos votado por odio feroz a 'los otros', a quienes consideramos capaces de maldades y desatinos sin freno y perpetradores de la ruina de España.
Envidia tengo de los franceses, mucho más inteligentes y civilizados, que en las dos últimas elecciones, hartos de la incompetencia y corrupción de los partidos equivalentes a nuestros PSOE y PP, los dejaron reducidos a la mínima expresión y optaron por alguien, como Macron, que propugna el abandono de las trincheras y la unión de los franceses para hacer progresar el país.
Eso, lamentablemente, en España es imposible ya que prevalece el odio al discrepante y el sentimiento de secta de los partidos que resiste cualquier desmán que estos cometan.
¡Cuánta falta hacen la cultura y la racionalidad!
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