Abran Google View y hagan así, como separando con los deditos en el móvil, justo encima de cualquier ciudad de España, por ejemplo, de Zamora. ¿La tienen? Gracias. Pues ahora abran aún más los deditos y escojan una calle 'random' de Zamora. No hace falta ... que sea una principal. He cogido yo la de las Cortinas de San Miguel. ¿Ven esa calle? ¿Ven ese coche azul (igual es suyo es blanco) aparcado de mala manera porque el dueño sólo ha parado un momento para un recado? ¿Ven esa tienda de comestibles que no se sabe si está vieja o cerrada? ¿Ven a ese señor pixelado que se sienta en el único banco de la calle y no sonríe porque no sabe que está saliendo en el satélite?

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Les pido un esfuerzo más y traten de visualizar la bolsa que tiene entre las piernas. Me vale que se la imaginen de cualquier color porque con esa bolsa empieza la ficción. En este punto empiezo yo la mía que, vale lo mismo que la de cualquiera de los pares de ojos que se posen en esta columna, y también en ese instante pixelado. En mi relato esa bolsa es de un nieto, al que cada tarde el abuelo va a buscar para llevarlo del colegio a clases de chino, al que espera durante 40 minutos, lo que dura la extraescolar en ese mismo banco martes y jueves con esa misma bolsa entre los pies que guarda, por supuesto, unos libros escolares, un compás y un chandal hasta que se le pase al nieto el capricho con el judo al que, sospecha el viejo, sólo se ha apuntado porque va una niña que le gusta y su amigo el chulo.

El día de esa foto de satélite el abuelo empezaba a arrepentirse de confiar en que el verano se alargase y no protegerse del frío inesperado a pesar de llevar toda la vida viviendo en Zamora. Porque ya se lo decía su madre, que nadie escarmienta en cabeza ajena y la suya pide gorrito incluso en las últimas horas de agosto. En mi ficción, cuando salga el nieto, ya le tendrá comprado un sobre de cromos de fútbol que le pedirá que le oculte a sus padres que, son muy raros, no quieren que el nieto sienta que son un premio por estudiar, porque, le dicen a gritos, la nueva pedagogía es que el niño entienda que estudiar es un deber de cuya compensación deberá darse cuenta con el tiempo, no con regalos. El abuelo no les entiende, no lo intenta, hace tiempo que el mundo no es el suyo, hace años que fueron muriendo los suyos, los que habían crecido con sus verdades. No les entiende como no entiende esta Zamora que cada vez tiene más franquicias, menos bares y menos bancos para sentarse.

No entiende nada pero no se quiere morir para poder ver la cara de su nieto cuando sale y él, hurgándose el bolsillo, le da el sobre de cromos.

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