Ignoro si es deformación profesional, pero, ante cualquier libro, durante el proceso de su lectura, uno juega siempre a adivinar si la obra ha sido para el autor un proceso creativo gozoso o, las más veces, doloroso. Con 'El problema final' de Arturo Pérez-Reverte ... puedo equivocarme pero apuesto a que ha sido un caso excepcional de disfrute literario equivalente al que yo, como lector, he recibido al bucearlo.

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Arturo escribe siempre de lo que le gusta, de lo que le apasiona y le interesa, con esa libertad tan irritante para unos pocos y tan envidiable para muchos con que hace las cosas. Para poder contar esta historia ha ido aun más lejos en su ejercicio de libertad. Ha creado un universo propio, unas leyes personales, una constitución personal que le regale el marco jurídico necesario dictado por su propio deseo para darse el gustazo, en una descarada declaración de su independencia literaria, de escribir una aventura de Sherlock Holmes sin compartir con su tocayo Doyle los derechos del personaje ni pretender otra cosa que homenajearlo.

Así la mente de Arturo idealiza a un trasunto nada disimulado de Basil Rathbone, el actor que más y mejor interpretó a Sherlock, en un escenario igual de idealizado para que el lector dude todo el rato de la firmeza del suelo que pisa. A veces estaremos en este nuestro universo, otras en el de Arturo, otras, muchas, en un fantasioso limbo donde, por ejemplo, se habla de películas que existen junto a otras que jamás fueron.

Es tal la sensación de libertad del autor, tan acostumbrado y, a lo mejor, tan cansado de ser cronista de la realidad, que se reserva para sí mismo uno de los papeles más adorados de la obra de Conan Doyle. En este libro el doctor Watson, el perplejo y juguetón receptor de las solo aparentes obviedades elementales de la mente de Sherlock, es un personaje español que fuma Ducados, escribe novelas y que, a pesar de apellidarse Foxá, no nos oculta que se apellida Pérez-Reverte.

Es este personaje el que continuamente nos retará como lectores al tercer universo incluido en este libro, cuando, en sus conversaciones con el detective, le plantea si todo eso que están viviendo no será, Pirandello arriba o abajo, simplemente parte de una novela, aquella que tú, lector, que yo, tenemos entre las manos. En momentos así de nuevo el suelo se licúa y uno se sabe en manos de alguien cuya maestría e inteligencia le superan, en manos de alguien que siempre va dos páginas por delante de ti, como Sherlock, como Rathbone en esta novela como, al final del hilo de todos los hilos, el propio Arturo Pérez-Reverte escribiendo con la ladeada sonrisa de quien se sabe dueño del universo. De su propio universo.

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