Con el vino solo me apaño, y estas pelotas que las coman los guiris, para que revienten de una vez». (Benito Pérez Galdós, 'Episodios nacionales')

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Ando, por cosas de trabajo, por Valencia, la editorial me ha puesto un hotel en pleno centro, y trato de ... correr por sus calles para llegar a tiempo a una charla sobre mis libros. La escasa velocidad con la que avanzo por sus calles no es por mis cortas piernas, sino porque se hace incompatible mi paso de persona ocupada y con prisa con el de aquellos que pasean a trote contemplativo con un cucurucho en la mano, y un rato de posta en cada escaparate. Las calles que, para mí, son trazadas hasta mi destino, están atestadas de guiris que no tienen ninguno, salvo encontrar una terraza con alguna mesa que les permita degustar alguna paella antes de seguir paseando de tienda Druni en tienda Ale-Hop, probándose sombreros divertidos y cargadores USB-c. Suena terrible, pero es porque es terriblemente real, odio muy fuerte a los guiris en ese momento.

Cuenta la RAE que la expresión guiri deviene de guiristino, expresión vasca para designar, y a la vez denigrar, a los cristinos durante las guerras carlistas del XIX. Pasó después a usarse como insulto entre políticos cuando discutían sus cosas de políticos en el Congreso en 1925 para pasar, durante el franquismo, a ser la manera, por supuesto también despectiva, de hablar de la Guardia Civil y la Policía Armada.

Es fácil intuir que, con la apertura al turismo de los 60, la expresión pasase a usarse para hablar de aquellas bandadas de turistas que venían a invadir nuestras playas, hoteles, posibles parejas y paellas. Y da que pensar que ahí se quedara el término, como si nuestra mayor molestia hubiera sido, desde entonces, su presencia y no se hubiese encontrado rival para ella.

Ahora estoy en París, he venido a pasar unos días con mi familia, a ver un concierto, a Eurodisney… Ahora soy yo quien pasea cachazudo y espeso, con las manos en la espalda y una gorra de Goofy por sus calles. Alguien, noséconquéprisa, pasa tras de mí justo cuando me paro en el escaparate de un Primor y no consigue esquivarme, rozándome el hombro en su carrera. Pienso de repente que puede ser un autor francés que llega tarde a la presentación de su libro. Pienso en qué palabra será la que usan los franceses para designar a los guiris, pero no logro recordar. Una cosa sí tengo clara, él, y probablemente todos los autóctonos de París, la usan cada día. Y así estamos, molestándonos entre ciudades, pueblos y países, encantados cuando nos toca invadir, enfadados cuando nos invaden. El turismo actual es, pienso, un diente por diente que se explica por ser, supongo, bastante rentable.

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