Me da cierto miedo usar palabras como libertad en los títulos de estos artículos. La culpa es de este continuo manoseo que están sufriendo las palabras grandes, las que pesan, las graníticas, las que se deberían usar con pinzas y se usan como armas: libertad, ... discusión, guerra, cultura, polémica, amor incluso… Que, a base de meterlas en trincheras, parecen cada vez más porosas, palabras pómez.

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Sin embargo, me sirve el último libro de mi admirado Arturo Pérez-Reverte para darle consistencia a esta palabra porque si algo define 'El problema final', además del gusto de leerle y la maravilla de historia que cuenta, hay algo que hace a este libro excepcional es ver como supura libertad de principio a fin.

Ya desde el mismo título, Arturo hace una mueca a bien pensantes y ofendidos varios dejándoles botando que el libro le hace una mueca a la temida 'solución final' de los nazis y, como en todo lo que escribe, no es una mera burla. Ni una puntada sin hilo sino que, ya dentro de la historia, será algo que marque la trama.

Pero Arturo tiene más requiebros que dar a aquellos que podrían intentar no dejarle escribir lo que quiera. Ha inventado la forma de escribir una historia de Sherlock Holmes sin ser de Sherlock Holmes pero siendo, y me entenderán cuando lean el libro. Ha logrado ser fiel al otro Arturo en que se mira, Conan Doyle, hasta que la historia le ha permitido serlo. Ha hecho, en otra añagaza de mago, que el doctor Watson le permita colarse en la historia sin que, salvo en sobreentendidos, pueda decirse que el autor se ha disfrazado de vasco para acoplarse en una historia que, sin duda, uno le imagina escribiendo muerdo de risa y, eso se respira, lleno de pasión.

Para un hombre que ha esquivado balas debe ser gozoso banalizar el miedo a la crítica, la cancelación, los boicots y todas esas guerras de juguete y 'clickbait' que tan en serio se toman algunos, para quien ha olido la guerra debe ser divertido por ridículo, observar a quienes creen que disparan a alguien en caracteres y en zascas, las granadas del pobre de espíritu.

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Porque me imagino a Arturo divirtiéndose tanto con este libro, sabiendo que el siguiente truco de mago no lo vamos a ver venir, jugando con nosotros incluso a retarnos a saber si lo que leemos es o no un libro y haciéndonos dudar de ello, me atrevo a usar, ahora sí, la palabra libertad en todo su peso, la libertad de la pluma del que no teme.

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