No sabe uno si decir que esto que voy a contarles es terrible o, simplemente inevitable, en ustedes está decidir si, a lo mejor, cumple los dos requisitos.

Publicidad

Derrochamos ahora litros de saliva hablando sobre el problema de las 'fake news', probablemente porque ahora su ... alcance es mayor que antes por aquello de las redes y probablemente, también, porque cada generación tiende a resetear los conocimientos que sus antecesores ya habían acumulado y, prepotentes como somos, tender a despreciarlos, considerarlos obsoletos, otorgarles una fecha de caducidad que coincide con el momento en que nosotros hemos llegado al mundo y afirmar que aquello que ellos llegaron a saber ya no vale porque, por supuesto, nuestro mundo es completamente nuevo en inasible para aquellos vejestorios que lo ocuparon antes de nuestra gloriosa llegada.

Poco importa que hubiera 'fake news' desde siempre, que un caballo que supuestamente regalaron para reconocer una derrota resultase venir relleno de soldados que afianzaron la victoria, que se organizase una guerra ideológica con carácter de matanza con la excusa de buscar el Santo Grial, que lleve años sin aparecerse el monstruo del Lago Ness o que Paul McCartney siga sacando maravillosos discos a pesar de que lo mataran y lo sustituyeran por un doble.

Las 'fake' ya existían y siguen funcionando como mecanismo para varias cosas: para generar conversaciones que desvían de lo importante, para destruir imágenes de personas que queremos destruir, para afianzar ideas que nos interesa apuntalar… O, como en esta que he venido a contarles, para fabricar mediante el marketing la falsa sensación de felicidad que, supuestamente, debe transferirnos el producto que nos tratan de vender.

Hace poco hablaba con un experto en marketing sobre una de las campañas más inteligentes y malvadas, elijan ustedes o sumen ambas opciones, de estos últimos años. Me contaba cómo algunas compañías de vuelos 'low cost' se encargaban, cada cierto tiempo, de hacer correr la noticia de que se estaban planteando la posibilidad de que algunos de sus vuelos pudieran hacerse con el pasajero de pie, quitar así los asientos y aumentar la posibilidad de que más gente use el avión. Y es cierto que me parece haber leído esa noticia de forma recurrente. Resulta, me explican, que estas compañías saben que no es viable y que, además, no tienen pretensión de hacerlo jamás. La estrategia, simplemente, es ir bajando tus expectativas de un vuelo mínimamente aceptable para hacer que, ir sentado, te parezca un lujo.

Publicidad

Cierto es que vas cada vez más estrecho, que tienes que pagar el peso extra, que, encima, tratan de venderte cosas durante el vuelo. Pero, qué caray, «al menos por ahora voy sentado…».

Me pregunto en cuántos productos nos están aplicando la teoría. Si vamos, poco a poco, aceptando un libro porque «no nos ha aburrido», una serie porque «no se nos ha hecho larga», una música que «no molesta» una pareja que «no nos maltrata en exceso» o a un político que «no está robando mucho» y nos permite, en su bondad, volar sentados.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad