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Confieso que he vivido, dijo aquél cuando aquellas palabras olían más a declaración vital romántica que a descargo. Cuando esas palabras eran más un anuncio que una justificación. Las uso ahora en su nueva acepción para confesarles que yo también, que todos hemos vivido, porque ... ahora se ha hecho necesaria verdaderamente como confesión, como recurso utilizado para, dado el caso, usarlo como amonestación previa a la posibilidad de que alguien lo descubra y lo utilice, utilice mi condición de haber estado vivo, en mi contra. Por si algún día aparece algo a lo que agarrarse para provocarme un linchamiento, confieso que he vivido y que he sido a veces estúpido. Nada ilegal, no se vayan a frotar las manos, pero sí estúpido: soberbio cuando no podía, tiránico cuando no debía, primario en deseos y en envidias, injusto en gente que merecía más de mi apoyo e incauto en gente que supo ver fisuras en mi ego para hacerme hacer, decir, hasta pensar cosas que en realidad eran suyas.
He soltado la lengua movido a veces por el alcohol y a veces por la rabia y he hecho daño con ella consciente. La he usado también para defender causas que después han resultado injustas, para lamer heridas más por si de esos lametones obtenía un beneficio que por sanar a quien lamía. He puesto en duda amores que no me convenían, jefes que no me agradaban, vecinos que, simplemente, no eran como yo quería que fueran. He avivado fuegos que solo me daban calor a mí y abrasaban las zonas de confort de quien me rodeaba. Le he regalado excusas a la holganza, he dicho a quien me necesitaba que no podía atenderle por causas mayores que no eran, siquiera, microscópicas.
He sido imbécil, he cometido errores, afortunadamente ni muy imbécil ni demasiado graves, pero, por si es usted de aquellos que están deseando encontrar la fisura en las personas para subirse al trono de lo impoluto y, desde ahí, cual Simón del desierto dejar caer sus desperdicios sobre aquellos a los que ha descubierto pecadores, que sepa que no va a tener que esforzarse mucho, que horadar en las rendijas de mi sofá para encontrar cierta mugre que le justifique arrojar tus deposiciones cual mono enjaulado. Confieso que he vivido como he podido, que el mal que haya hecho fue inconsciente pero no por ello ha dejado de poder ser dañino. Confieso que he sido imbécil y anuncio que, probablemente, aún lo seré porque aprendemos a base de errores. Así que, amigo censor, vete subiendo a tu columna que, a no tardar, te llenaré de motivos para tu cacería, si es que no los has encontrado aún. Vete buscando la escopeta, yo te doy las balas.
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