Cómo ser Pedro Sánchez
Investido Sánchez y nombrado su séquito ministerial, solo nos cabe esperar lo mejor, ¿o no?
Juan Francisco Ferré
Martes, 28 de noviembre 2023, 00:19
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Juan Francisco Ferré
Martes, 28 de noviembre 2023, 00:19
En una democracia, no hay presos políticos, hay delincuentes. En una democracia, no hay exiliados, hay prófugos. En una democracia, no hay amnistía, hay leyes y jueces, fiscales y tribunales, sentencias y penas, como manda Montesquieu, no Sumar. Hasta los indultos, en democracia, son dudosos. ... Una de dos: o Sánchez no es demócrata, ni entiende qué es la democracia, ni tampoco su equipo de hinchas y ultras del partido, o España no es una democracia sino otro régimen cuyo nombre nadie pronuncia por pudor o vergüenza.
No sabría cómo calificar a un presidente que anuncia a bombo y platillo que el gran proyecto progresista consiste en levantar un muro, como Trump, para excluir a los ciudadanos que no lo votan y discrepan de sus volátiles palabras. Un muro alzado por Sánchez con descaro contra quienes le pagan el sueldo y no aprueban su gestión ni su conducta. A él y a la legión de ministros y ministras que, sin escatimar gastos, constituye una parte del muro ideológico que separa, a ladrillazos, a la mayoría de los españoles de su gobierno.
No es demagogia barata, es puro realismo. Aplaudir que su líder declare la «guerra» a millones de ciudadanos porque votan a la oposición, o se le oponen frontalmente, es una prueba del sectarismo y la confusión del partido socialista, como de toda la izquierda. Como no pueden hacer la gran revolución social y política con la que soñaron sus abuelos, hacen el ridículo dedicándose a juegos de mesa supuestamente revolucionarios con los que engañar a sus votantes y mantenerse en el poder a toda costa para servir al globalismo. Es lo que hay.
Quiero ser claro. Me parece lógico que Sánchez pretenda construir un muro de contención y aislamiento para segregar de la vida pública a todos los que no comparten su deriva caprichosa, disienten de sus consignas mendaces y amenazan con apartarlo del poder. Solo me atrevo a pedirle una cosa menor, como Puigdemont: libérelos también de seguir cumpliendo con sus obligaciones fiscales y sufragando sus derroches. Sea coherente y magnánimo, perdóneles la mezquina servidumbre de los impuestos a los que usted y su ministra predilecta son tan adictos. Dependen de ellos como fuente de financiación de sus políticas destructivas de la convivencia y la legalidad. Sea honesto y consecuente, ahórreles participar de las secuelas económicas de sus sucios pactos. Por ahora, gozan de la libertad de no votarle. Veremos. El gobierno del odio tiene el poder en sus manos. Los verificadores nos asistan.
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