Todos los profetas han acertado al equivocarse. El mundo se acaba, o parece que se acaba, y luego se reinicia sin problemas. La realidad se resetea y nada cambia en apariencia. Todo se repite y enreda, pero sigue adelante. Es lo que algunos llaman progreso. El carrusel continúa girando en el vacío y nadie se baja de la atracción. Por qué será. La juventud sobrevive deprimida y desesperada, sin grandes expectativas, pero no cree en las alternativas que se le prometen y una parte se fuga del país. La nostalgia por el bienestar de las generaciones anteriores es otra ilusión. Cualquier tiempo pasado no fue mejor excepto si se ve en el espejo retrovisor. No hay para tanto. Al comenzar el nuevo año solo sonríen los que gozan de algún privilegio o prebenda. Los demás apartan la vista, agachan la cabeza en señal de incomodidad y miran al suelo con resignación. Seguimos ahí, atrapados en el bucle, sin hallar la solución. No aprendemos.
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El primer cuarto del siglo XXI está clonando signos alarmantes del siglo anterior. El mundo como voluntad de impostura y representación alcanza niveles críticos y la banalidad intoxica la totalidad de las relaciones humanas. No hay sistema educativo o programa cultural que resista el encendido de la televisión. Todo lo que esta dimensión mediática de la realidad despliega ante nuestros ojos es contrario a los valores del mérito y la exigencia que decimos apreciar en otras esferas. La política y el espectáculo están al servicio de la mediocridad sistémica. Año tras año se agravan los síntomas y escasean los remedios.
«Polarización» es la palabra de 2023, pero se queda corta. «Atomización» sería el término exacto para describir la deriva actual del mundo y rendirle, de paso, ambiguo homenaje a Oppenheimer. La mecánica cuántica proporciona claves para comprender lo incomprensible y aprehender lo inaprensible. Así de compleja es la realidad. Es lógico que se apueste por el poder de la inteligencia artificial como recambio a las limitaciones de la inteligencia humana. La gestión de la realidad es demasiado importante para dejarla en manos de los cínicos y los oportunistas. Los profetas de la cibernética tenían más razón que los teólogos posconciliares. La degradación humana reclama la intervención necesaria de la inteligencia computacional. Se lo hemos puesto fácil. El pesimismo es la rama inteligente del pensamiento occidental y nos da siempre, como McEwan en su nueva novela, una lección de realismo. Léanla y verán lo que es bueno.
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