Diez monjas Clarisas del cenobio de Belorado han sido excomulgadas tras no presentarse ante el Tribunal Eclesiástico. Pero cualquier sanción canónica será nula porque ya están fuera de la Iglesia Católica. Monjas rebeldes. Insurrectas frente al arzobispado de Burgos y que no reconocen al Papa ... Francisco. Todo suena medieval. Fuera de tiempo y de espacio. Nadie entiende nada. Los vídeos en que las monjas contestatarias intentan explicarse muestran un grupo de pacíficas y risueñas hermanas que no parecen haber roto un plato.
Publicidad
Pero, aparte de las diferencias doctrinales que suscitan cierta incredulidad en religiosas que durante décadas han cumplido estrictamente con las reglas de la Orden y, por supuesto, el voto de obediencia, esta señal remite a un problema de fondo que está carcomiendo los cimientos del mundo conventual en España. La abadesa del monasterio de Santa Clara reprocha a las autoridades eclesiales que no les permitieran la compraventa de propiedades inmobiliarias. Las abadesas medievales tenían mucho poder y sólo respondían de sus actos ante el Papa de Roma, pero los tiempos han cambiado. Han cambiado tanto que es la propia subsistencia de las comunidades contemplativas, de clausura, lo que puede estar detrás del cisma de Belorado.
La punta del iceberg que esconde una crisis de fe y de futuro de muchas que confiaban en que la burbuja religiosa les protegiera material y espiritualmente de la tempestad global. La sociedad les da la espalda y la potestad de la Iglesia es declinante. Hoy cualquier ONG que nace con fines presuntamente caritativos, benevolentes o medioambientales, tiene más simpatía, financiación y apoyo social que una comunidad de religiosas. El rendimiento en términos espirituales de una comunidad religiosa se desprecia. La sociedad, en términos generales, valora más un centro de yoga, un grupo de aquagym o una asociación de macramé.
Los conventos, las abadías, las Cartujas se han intentado adaptar a los nuevos tiempos desde hace décadas y reducir sus tiempos de silencio, recogimiento, plegaria y rito para ofrecer al mundo exterior un producto material y consumible. La tía Lucrin, abadesa del convento de las Concepcionistas Recoletas de Estella, luchó hasta su último aliento para mantener a flote su comunidad haciendo balones de fútbol, productos de la huerta o confitería. Acogió jovenes de India para remplazar las vocaciones locales menguantes y, en los últimos tiempos, ofreciendo sus instalaciones para construir apartamentos baratos para parejas jóvenes. Otras han subsistido cuidando enfermos o adaptándose al mundo digital.
Pero como dice el escritor italiano, Paolo Rumiz, que recorre el continente a pie, siguiendo las huellas de San Benito, patrono de Europa, se está perdiendo el patrimonio espiritual y el alma del continente ante la indiferencia social, política y cultural.
¡Oferta 136 Aniversario!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Carnero a Puente: «Antes atascaba Valladolid y ahora retrasa trenes y pierde vuelos»
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.