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Los políticos andan convencidos de que en los carritos del súper hay una buena bolsa de votos esperando a quien sepa hacerse con ella. Así que se ha establecido una puja, una especie de subasta, a ver quién da más. Que si te bajo el ... IVA a la leche, el pan, huevos. Que si yo te metería la carne y el pescado. Pues yo les metería pero en cintura a los saqueadores y despiadados de las grandes superficies. Cómo se nota que los políticos no andan con el carrito entre góndolas llenas de productos de oferta, o los llamados «expositores impulsivos» situados en puntos estratégicos de la tienda, para hacer caer en la tentación compradora al más frío de los clientes; o los contenedores exhibidores donde se amontonan productos que parece que te los regalan. La cesta de la compra ya no es lo que era.
Aunque los jefes de informativos de las teles se empeñen en enviar a sus redactores a los mercados de toda la vida y se dediquen a entrevistar a los que ya no cumplirán los sesenta preguntándoles por el precio de la pechuga de pollo o la pescadilla. Esa imagen de la cesta de la compra entre puestos cuyos vendedores te tratan como de la familia ya no es la vida real. Quizás la señora ministra Calviño, en fin de semana, se de también una vuelta con el capazo de ruedecitas por el mercado Maravillas o Chamartín de Madrid y, por eso, tiene una idea equivocada de lo que ahora es el carro del súper. Hay que andar por el mundo de las grandes superficies low cost o no; por los Lidle, Aldi, Ahorra Más, Árbol, para enterarse de que la gente llena el carro de, pizzas pre-cocinadas, tortillas de patata al vacío, croquetas de merluza y lasañas de carne congeladas y donuts de chocolate.
La gente ya no compra patatas frescas porque las tiene que pelar. Las compra congeladas listas para freír; ni harina para hacer bollería o masa de empanada. No. La mayoría ya está en la cocina del microondas. Los rebozados no los hace en casa, se los lleva del arcón de los congelados en forma de palitos de merluza, calamares o sepias procesadas en algún rincón del mundo. Y eso no es todo porque el carro del súper también se llena de una sudadera de 5,60 euros para el pequeño, unas zapatillas para el abuelo, un juego de brocas para el manitas. Porque el súper ya no es solo alimentación. Se ha convertido en el zoco de la periferia, lleno de tentaciones de cosas innecesarias pero atractivas. Los que manejan el presupuesto y la propaganda, sin embargo, deberían darse una vuelta por los comedores sociales, los bancos de alimentos, los centros día para discapacitados, las residencias de mayores. Allá donde en muchos de sus comedores están sirviendo alimentos a punto de vencer la fecha de caducidad, procesados o ultracongelados. Ahí hay que poner el foco, aunque no haya una bolsa de votos esperando.
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