Secciones
Servicios
Destacamos
Recuerdo que el veterano actor Antonio Resines, en un coloquio ante público, dijo que actuar mal adrede y sobreactuar, también de modo deliberado, le parecía difícil y que solo podían hacerlo buenos actores y actrices. Todos recordamos la gran secuencia de 'El viaje a ninguna ... parte' en la que Fernando Fernán-Gómez ha conseguido una figuración con frase en un rodaje y la suelta una y otra vez con una entonación delirante («¡Señorito.!») hasta que el director lo echa con cajas destempladas. Y entonces el 'mal actor' recupera su enorme talla cuando le dice a su hijo (José Sacristán) con amargas lágrimas: «Estos del cine no tienen ni puta idea». Como ejemplo de gozosa sobreactuación, me refería hace poco a la de Charles Laughton como el histriónico y efectista abogado sir Wilfrid Robarts en 'Testigo de cargo'. Sin embargo, nunca he podido con Jim Carrey, que hizo de la sobreactuación barroca y el paroxismo un estilo en 'Mentiroso compulsivo' o su personaje de Ace Ventura.
Otro valor es el de las sobreactuaciones que no pertenecen a la interpretación actoral y que se ven por televisión, aunque tampoco es que gran parte de lo que aparece por ahí se pueda considerar realidad. Confieso que me gusta hacer con frecuencia zapeo por el piélago de canales, que actualmente son tan numerosos como los elementos de las plagas (me hace gracia que zapear también sea espantar al gato diciendo «¡zape!»). No veo programas aparte de los noticiarios, y ese picoteo me da una somera idea de lo que me pierdo. El largo paseo a saltos, que me produce desazón y relajo a partes iguales, lo hago en dos modalidades: con volumen y mudo.
Si se hace con voz, uno se encuentra, en buena parte a cargo de nuestros políticos, con perlas de lenguaje a las que dedicaré la próxima columna. Pero a bulto, sin entrar en detalles léxicos, se aprecian en todo su estruendo sincopado las sobreactuaciones, que es el tono general en los diversos y a la vez idénticos programas del bazar del entretenimiento. El registro común es dar voces con grandes risotadas y gestos exagerados, como si la consigna fuera transmitir que el programa es divertidísimo y los que en él participan se lo pasan pipa. La murga sonora llega incluso a los programas de debate político, que van subrayados por una música de épica barata que molesta para escuchar las consignas de los tertulianos de turno.
Zapear con la tele muda resulta más sosegado y proporciona una mejor apreciación de las sobreactuaciones. Como si al quedar despojados del envoltorio de ruido se percibiera mejor el guiñol y el cartón de los que se lo pasan tan bien.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Carnero a Puente: «Antes atascaba Valladolid y ahora retrasa trenes y pierde vuelos»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.