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Mucho antes de que se inventara el subgénero de zombis, Val Lewton produjo en 1943 una pequeña gran película, una modesta serie B que dirigió con maestría Jacques Tourneur. Se trata de 'Yo anduve con un zombie', un título emblemático del fantástico con terror (el ... otro debido a los mismos es 'La mujer pantera'), enriquecido por un estilizado romanticismo. Impresionaba la cara del muerto viviente, un gigante negro con los ojos petrificados y muy abiertos (recordaba a los de un pez grande), que componía una hierática expresión entre el horror y la tristeza.
Para el excelente director Jacques Tourneur, la máxima representación del terror vía susto era que suene el timbre de tu casa a medianoche y que al abrir la puerta te encuentres con un payaso de circo perfectamente vestido y maquillado, serio e inmóvil. Siempre he pensado respecto a esta idea de gran guiñol (muy anterior a 'It' de Stephen King y su Pennywise) que da miedo por su contraste, qué me daría más susto: el payaso serio, o ese mismo payaso sonriente, con una gran sonrisa congelada de la boca roja presidiendo el rostro con el maquillaje de máscara blanca.
La facilidad para dibujar una sonrisa en la cara suele ser un signo de amabilidad, de muestra inicial de simpatía, incluso de seducción (¿qué sería de Tom Cruise sin su irresistible sonrisa?), pero también puede ser lo contrario; hay personas que arman la sonrisa con automatismo y la mantienen como si fuera un escudo, un garabato que adorna la careta que esconde su auténtica faz personal, si es que hay alguna debajo. La sonrisa como mueca, señuelo y simulación, que en vez de humanidad transmite lo opuesto. Y en una vuelta de tuerca, la sonrisa como estigma forjado, como monstruosidad impuesta mediante el atroz castigo de una cirugía para desfigurar el rostro. Me refiero a la sonrisa cicatriz de Conrad Veidt en la película muda de Paul Leni 'El hombre que ríe', basada en la novela de Víctor Hugo y claro antecedente del Joker de Batman.
Robert Crumb cree que hay personas que padecen, sin saberlo, el que llama síndrome de la sonrisa permanente (distinto al síndrome de Angelman, enfermedad del sistema nervioso). Van por la calle con esa sonrisa mecánica en el rostro y la mirada perdida. Crumb considera que esa sonrisa muerta es síntoma de sufrir una profunda depresión. Es probable que cada vez veamos a más gente con ese rictus congelado. Son los zombis reales, menos aterradores que el de Tourneur y que su serio payaso a medianoche porque dan lástima; su condición de muertos vivientes se debe a que han perdido el alma y la esperanza de recuperarla.
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