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Como es sabido, articulamos los pensamientos mediante construcciones sintácticas, es decir, con frases. La depuración, farragosidad o simpleza sintáctica marcará la calidad del pensamiento y de su conversión en lenguaje escrito y oral (salvo para quienes hablan sin pensar). Además, esa sintaxis está organizada con ... palabras (adjetivos, sustantivos, verbos) cuyo significado conviene saber cuál es según el canon del diccionario para usarlas con esas acepciones, en vez de dotarlas de semánticas que, a tenor de algunas patas que se meten, parecen intuitivas o de errónea deducción. En todo caso, tanto la pobreza sintáctica como de vocabulario lo que indica es la escasez de lecturas de aprovechamiento intelectual y un deficiente bagaje cultural. Si estas carencias y anomalías lingüísticas las padece el paisanaje, bueno, pues mal, pero no es la ciudadanía la que legisla, gobierna y juzga. Sin embargo, cuando las ostentan miembros de la clase política y del poder judicial, resulta más preocupante y puede que explique otros efectos negativos.
La pobreza en el lenguaje de nuestros próceres resulta transversal y no distingue ideologías. Por ejemplo, ha sido reciente el uso erróneo de Bolaños del verbo adolecer. El ministro lo usó en el Congreso como sinónimo de carecer («adolece de datos») y es casi lo contrario, su significado es padecer. Cayetana Álvarez de Toledo, que era con quien se enfrentaba y que es una estricta gobernanta, le recomendó que leyera el diccionario. Feijóo, en un encuentro tipo mitin (qué rancio es el formato mitin) con sus partidarios, se inventó el palabro 'acaparación', que suena más a caparazón de crustáceo gallego que a apropiarse de algo en exceso. Por su parte, Yolanda Díaz, creo que era en una rueda de prensa, se obstinó varias veces en referirse a «la mediana del salario». No sé, con lo fácil y habitual que es decir «salario medio». Y un 'preveer', que es bellota de grueso calibre contra el lenguaje, juro que lo soltó Pedro Sánchez. Fue hace bastante, durante la parte dura de la pandemia. Desde entonces, lo habrá corregido si alguien se atrevió a decírselo.
En cuanto a sintaxis, me flipó el fragmento de escrito del juez instructor Peinado que incluyó Rosa Belmonte en una columna. No lo copio porque me comería no solo el espacio sino luego la hoja del periódico. La ristra de subordinadas en sorprendente adición y regadas de comas colocadas como al azar era de no creer. Menos mal que ahí estamos los literatos para elevar el listón. La televisiva Sonsoles Ónega, a quien le dieron el Premio Planeta, dijo sin pestañear de algo que era «fuertísimo».Los errores sintácticos y de vocabulario indican escasez de lecturas de aprovechamiento
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