Peculiar Manhattan
Por mucho que la hayamos visto en el cine, la sensación es intensa y novedosa
Juan Bas
Domingo, 21 de julio 2024, 01:24
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Juan Bas
Domingo, 21 de julio 2024, 01:24
Acabo de pasar una semana en Nueva York. Manhattan me ha fascinado. Por mucho que estemos acostumbrados a ver sus calles y edificios en el cine, andar por la ciudad depara una sensación intensa y novedosa. Manhattan tiene una personalidad tan marcada, tan propia y ... genuina, que consigue difuminar en sus grandes dimensiones, también en las pequeñas (Greenwich Village), a la masa de turistas que la invadimos y vulgarizamos.
Dejando a un lado los tópicos, en los usos y costumbres uno encuentra peculiaridades y algunas molestias, de las que el ruido y el mal olor son las peores. El paradigma es la atiborrada Times Square: friki y 'kitsch' hasta el arrebato. Cada calle importante la surcan enjambres de 'rickshaws' que llevan a turistas pedaleando y amenizan el paseo con su equipo de música estruendosa. Aún más que bicitaxis, hay puestos de comida rápida en cada esquina. Son furgonetas cuya plancha y luces funcionan con generadores que suenan como taladros. Con qué grasa lubrican las planchas y qué asan mejor no saberlo; la peste que despiden es disuasoria. También, todo Manhattan atufa a marihuana. Está legalizada, hay numerosas tiendas de venta y los neoyorquinos la fuman por la calle. La propina obligatoria en taxis, bares y restaurantes es un sobreprecio que no suele bajar del 20% y que mosquea.
Pero la más extraña peculiaridad es conseguir ir al 'rest room': mear en Manhattan es con frecuencia complicado o hay que hacer ejercicio. Por ejemplo, en el lujoso bar del hotel Plaza el servicio está al final de dos pasillos como los de 'El resplandor' y luego hay que bajar un montón de escaleras. En la espléndida librería Barnes & Noble, el servicio lo custodia un gorila que mete una contraseña en las puertas. Si ya está el gorila, para qué la contraseña. Pero los atascos de tráfico superan lo demás. Obras por todas partes y los camiones de reparto que anulan un carril. Para ir al JFK el otro día, una hora de coche solo para salir de Manhattan.
Pequeñas incomodidades que no empañan en absoluto las horas felices que pasé con la sucesión de obras maestras en el MOMA hasta no poder mirar más por saturación de los ojos, el buen humor que me puso asistir a una misa góspel en Harlem, el placer de dar la vuelta completa a la isla en un ferry pasando por debajo de todos sus puentes o la emoción de estar en el monumento memorial del 11-S: dos cuadrados enormes, en el lugar que ocupaban las Torres Gemelas, que son cascadas subterráneas que desaguan en otros cuadrados aún más hundidos en la tierra, y cuyo perímetro son las anchas barandillas con los nombres de todas las víctimas.
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