Miedo y locura

El mayor horror es sumirse en un estado psicótico regido por el temor extremo

Juan Bas

Sábado, 4 de febrero 2023, 00:31

Un viejo título de película en manicomio era 'Corredor sin retorno', dirigida por Samuel Fuller en 1963. Comenzaba con una poética pero terrible cita de Eurípides: «A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». Me refiero con el título de esta columna tanto ... al miedo a la locura (propia y ajena) como a la demencia que se manifiesta con padecimiento de terror. Volverme loco de atar es lo que más temo. Se rebela el todo, lo que te rige, la mente. Algún muelle esencial para el funcionamiento de la maquinaria se rompe por una tensión insoportable o por una tragedia imposible de encajar; o un tornillo se afloja porque hemos engrasado en demasía la rosca con alcohol o drogas; o simplemente llevábamos el estigma de la locura impreso en nuestro código genético, suena la campana el día programado y surge la psicosis; o es el precio del desgaste por una excesiva longevidad.

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Si te toca una enajenación tranquila, abúlica, quedas fuera de campo preso de una mansa estupefacción, o quizá solo lo parece. Recuerdo de los lejanos tiempos de Barcelona a un pobrecito, bastante joven, que frecuentaba el Café de La Ópera en Las Ramblas. Se sentaba en la terraza con una circunspecta señora que podía ser su madre, pero se levantaba para revolotear por las demás mesas. Una vez se acercó a la mía y me dijo con cara seria: «Hola, estoy loco, pero estoy bien; no tengo miedo. De verdad». Ese 'de verdad' me resultó tan inquietante como si me hubiera dicho que me veía decapitado.

El mayor horror me parece sumirse en un estado psicótico regido por el miedo extremo. Por las tardes suele pasar por mi calle un anciano al que llevan en silla de ruedas. Lo sé por sus alaridos intensos y angustiados. La primera vez que los oí, me asomé al balcón con extrañeza. Visto en picado, extendía los brazos ante sí y profería esos gritos espantosos y frecuentes, imposibles de ignorar por nadie que se lo cruzara, propios de estar viendo dentro de una irrealidad horrible al más aterrador fantasma y sentir un pavor insoportable. Tiene que ser demoledor para sus familiares verlo en ese estado sufriente que no se puede considerar continuación de la existencia.

Si me sucede algo semejante (peor, no sé si es posible) o me quedo como un vegetal y pierdo la voluntad, la tengo expresada por escrito ante notario en mi testamento vital de voluntades anticipadas con cláusula de eutanasia. Mi hija, que piensa como yo al respecto, suplirá la ausencia de la mente de su padre. Y donde no lleguen los supuestos de la ley, tengo convenida con ella la solución práctica allá donde me asista la legalidad.

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