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El otro día, al paso por la calle, un tipo de unos 30 años, de los que hablan alto o altísimo, le decía a otro: «Yo porque paso de votar, tío, pero le tenía que haber 'votao' al Alpiste ese, el de hasta aquí hemos ' ... llegao' o yo qué sé, que es un cachondo mental». Bueno, por lo menos ese abstencionista con sentido creativo para los nombres no alimentó la hoguera de la estupidez de los 800.000 ciudadanos (el 4'59%) que sí dieron su voto al chusco Alvise Pérez y su partido mascarada SALF (Se Acabó La Fiesta). Es falso hasta el nombre del sujeto. No se llama Alvise, nombre de origen italiano, sino Luis Pérez Fernández, tiene 34 años y es un 'resalao' sevillano que se ha sacado de la manga una especie de partido nihilista friki de artificial aire entre fascista y demente. Aunque en puridad, ¿cuál es la distancia entre 'Alpiste' y Trump o Milei? Desde luego, en cuanto a la dimensión grotesca, ninguna.
Lo único de verdad en SALF son las sendas morteradas que van a percibir como eurodiputados Alvise y sus dos coleguitas que también han salido elegidos. Vale, tres que no se ha llevado Vox, aunque no está claro que voto tan zafio e irracional hubiera sido de Vox; quizá sí. En todo caso, fenómenos de feria como SALF y que se les vote dan vergüenza. Me recuerda a cuando la gente escogió a Chiquilicuatre (el actor David Fernández Ortiz que desempeñaba el rol de un cantante inexistente) para representar a España en Eurovisión por puro cachondeo que conllevaba el desprecio al festival y a los cantantes de verdad que se presentaban. Parece claro que quien vota de ese modo desprecia el Parlamento Europeo y cualquier otro.
En su inmensa novela tanto por la ambición literaria como por sus más de mil páginas 'Los libros de Jakob', Olga Tokarczuk pone en la mente de su personaje del siglo XVIII Asher Rubin, un médico, la maximalista consideración de «que la mayoría de la gente es estúpida y que es la estupidez humana la que llena el mundo de tristeza». Y al respecto hace una reflexión perspicaz: «(...) la gente lo percibe todo por separado, cada cosa desligada de las demás. La auténtica sabiduría es el arte de relacionarlo todo con todo (...)».
Y la auténtica estupidez es no entender nada de nada y prescindir de la capacidad de pensamiento, pero entretanto se hacen risas. En su reciente ensayo 'No soy un robot', el siempre inteligente Juan Villoro reflexiona que vivimos un tiempo en que la impostación, la posverdad y las falsificaciones han penetrado tanto en todos los órdenes de la sociedad que no es solo el sentido de la realidad lo que está desapareciendo, sino la propia realidad.
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