Una reciente entrevista ante el público que Daniel Gascón le hizo a Enrique Vila-Matas (se puede ver en el canal Ja! de YouTube), además de que fue pura literatura oral viva y en vivo, resultó de un espléndido humorismo. Lo que contaba Vila-Matas ... tenía mucha gracia, y la acrecentaba su impasibilidad al hablar. Ese hieratismo no despertaba antipatía, ni mucho menos; era la actitud de un tímido melancólico que no se ríe y que por otra parte sabe que un rostro serio potencia el golpe de humor. La escuela sin palabras del gran Buster Keaton (a quien se llamaba popularmente Cara de Palo en España), a la que sumaba el estoicismo y la perseverancia indesmayable de sus personajes.

Publicidad

De esa misma manera de expresar el humor era Eugenio, que alcanzó la fama contando buenos chistes en un escenario. En su caso, más que humor con melancolía era con otra vuelta de tuerca, con tristeza. Su cara de funeral, unida a su entonación entre gutural y con resfriado de nariz, el acento catalán con la inclusión de palabras en su lengua vernácula y el dominio de las pausas en silencio (mientras fumaba y daba sorbos a la copa) le reportaron un enorme éxito durante mucho tiempo. La figura de Eugenio ha sido llevada a la pantalla por David Trueba en 'Saben aquell', que me ha parecido una película excelente.

Como recordarán, el título está tomado de la muletilla inicial del humorista, que comenzaba cada chiste con la fórmula «saben 'aquell' que 'diu'…». Trueba ha dirigido con brillantez y sin concesiones al sentimentalismo el sólido guion escrito por él y Albert Espinosa. David Verdaguer encarna a Eugenio con maestría y Carolina Yuste, con una interpretación a la misma altura, a Conchita, la primera mujer del humorista y su gran amor, que murió todavía joven devastada por un cáncer. La película llega en el desarrollo temporal de la historia hasta su muerte, con un perfecto final tras la misma.

Si quieren saber más sobre quién y cómo fue Eugenio Jofra, también es muy recomendable el documental 'Eugenio' (2018), de Jordi Rovira y Xavier Baig. Retrata con acierto toda la vida, la psicología y contradicciones de ese hombre triste, noctámbulo y golfo, que siempre actuaba sentado en un taburete, vestido de negro y con gafas ahumadas, que no se libró nunca del miedo escénico ni de la sombra de la depresión, que se le afianzó y lo hundió a causa de una dependencia tardía de la cocaína. Murió en 2001, a los 59 años. «Saben 'aquell' que 'diu' que se encuentran dos amigos y dice uno: hay que ver la fortuna que hizo Henry Ford con los coches. Y dice el otro: y su hermano Roque con los quesos, tú».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad