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En 'Borges', el inmenso diario que Bioy Casares escribió sobre sus encuentros e inagotables diálogos con el amigo vitalicio, hacen referencia en un momento dado a la idea de que Dios se hizo hombre para conocer el dolor en propia carne. A Borges la idea ... le gustaba en términos literarios, a pesar de que esa curiosidad divina le parece lúgubre e incompleta y se pregunta por qué en vez de sentir solo el dolor, Dios no añade a su prospección humana el deseo de conocer el placer para contraponer ambos y poder compararlos. En la novela de Nikos Kazantzakis 'La última tentación de Cristo' (por la que lo excomulgaron), el joven carpintero, que por cierto hace cruces para los patíbulos romanos cuando se lo encargan, se subleva contra la voz que oye en su cabeza cuando le dice que él es el elegido y será sacrificado, con dolor, para redimir al género humano.
El concepto del dolor redentor, purificador, del sufrimiento que sublima y acerca al perdón de los pecados. No parece una idea que debiera haber prosperado más allá de la Edad Media. Kipling afirma que «el dolor físico hace olvidar al alma sus infiernos». Y hasta sus cielos. El dolor físico hace que te olvides de lo demás porque lo ocupa todo y no deja espacio al mismo tiempo para nada, ni alto ni bajo. Los argentinos tienen un dicho que aprecia con ironía más o menos lo mismo: cuando duele la muela nadie está enamorado.
No creo que el dolor se asocie a nada bueno ni sirva para nada positivo. El dolor solo aporta sufrimiento y es legítimo a la naturaleza humana esquivarlo o paliarlo como se pueda (bendita química) cuando nos asalta. Recuerdo que en los únicos ejercicios espirituales a los que fui, de crío, por la aventura de salir de casa unos días, un cura tenebroso que nos acojonaba hablando del infierno con lóbrega puesta en escena, a la luz de una vela, recomendó a los que quisieran añadir un extra a aquel retiro piadoso, que se metieran aristosas piedrecillas en los zapatos y de ese modo se harían una pálida idea de lo que Cristo sufrió por nosotros. Algunos le hicieron caso y a los que llevaban calcetines de color claro se les apreciaban los puntitos rojos de sangre.
Mejor el placer que el dolor. Y la celebración de la alegría de vivir a la búsqueda voluntaria de cualquier aflicción física o psíquica. Para Schopenhauer la felicidad era solo la ausencia de dolor. Tarde o temprano, por mucho que intentemos evitarla, la adversidad nos alcanzará con cualquiera de sus feas formas y el dolor estará asegurado. No seamos masoquistas, salvo que serlo nos dé placer.
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