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Parece que, definitivamente, se han puesto de moda las mascarillas incluso entre gente que era un tanto reacia hacia esa prenda más bien propia de atracadores de bancos (excluyo, desde luego, a quienes laboran en quirófanos y otros lugares donde son inequívocamente necesarias). Yo me ... he entretenido algunos minutos en leer los múltiples titulares publicados sobre ellas; los titulares solamente porque me intereso a diario bastante más por la marcha de la Bolsa, sobre todo la de Nueva York, que es mi favorita.
Por mi parte, la he utilizado desde el primer día, que en estas cosas soy muy alemán, es decir, sumamente europeo, o sea, plenamente disciplinado, aunque descaradamente mediterráneo. La realidad es que a mí, desde mocete, siempre me habían impresionado los cascos de soldados romanos que llevaban los mozos de mi pueblo que acompañaban al paso del Santo Sepulcro en la procesión de Viernes Santo (los llamábamos lanceros). Dichos mancebos portaban, además, un bozal de tiras de hojalata que medio les ocultaba el rostro y les prestaba un aire exótico y misterioso, y ahí voy yo.
Ello explica que el menda, nada más amanecer el 14 de marzo, se aplicara a mirar unas láminas que vienen en una publicación que trata de gladiadores ('Gladiador' de Philip Matyszak); de entre varios modelos elegí la mascarilla más convincente; cogí dos camisetas que guardaba de los Carnavales de Cádiz y con sus telas me elaboré dos preciosas y seguras prendas faciales artesanales que han provocado la admiración de los escasos transeúntes con quienes me he cruzado en las rúas de mi pueblo. Sí, ya sé que otros han tomado otras medidas, incluso más expeditivas que la mía; por ejemplo, el jueves de esta semana a mediodía me ha llamado Eduardo Gómez y me ha manifestado, con su seriedad habitual, que él, por si se acerca el de la pandemia, se ha apostado en la puerta de su casa con un martillo en una mano y en la otra una escopeta. Como lo leen.
Ánimo a todos entre tantas especulaciones sobre nuestro amado futuro y, sobre todo, a las familias que han perdido a seres queridos, cuyo recuerdo permanecerá en sus hogares para siempre. Me acuerdo en estos momentos de Vicente Duque, paisano y amigo que ya se fue, quien en una ocasión me citó una jota que oyó cantar en Las Ramblas de Barcelona en 1939 a un requeté riojano del Tercio de Valvanera: «Cuando se acabe esta guerra, / recordad lo que yo os digo: / el sol saldrá por Alfaro / y se irá por Cellorigo». Y, entre medio, el logro de una España, una Rioja y un mundo más y mejor repartido. Ese es nuestro reto.
Nota. Veni, vidi, bici (Miguel Induráin).
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