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En la carta de dimisión de Errejón, entre otras cosas, se lee, y llama mucho la atención, la frase: «No se le puede pedir a ... la gente que vote distinto de como se comporta en su vida cotidiana». Es decir, da por sentado que la forma de votar debiera exigir un determinado comportamiento social, que deduzco encuadrado en la imaginaria superioridad moral de la izquierda, de la que él mismo es un magnífico contraejemplo. Aparte de ser la opinión del exdiputado, que tampoco importa demasiado, la frase pone en el candelero la posible contradicción, ya vieja, entre las ideas y la forma de vida.
Desde que Marx y Engels formalizaran las ideas de los movimientos sociales de finales del XVIII y del XIX en su famoso manifiesto, ha sobrevolado en las izquierdas la pregunta de si es lícito en un camarada llevar una vida de lujo o, peor aún, ostentosa; si es procedente vivir como aquellos a quienes critican. A este respecto de vidas y votos, hay frases y dichos para todos los gustos, desde «no hay nada más ridículo que un obrero votando a la derecha», hasta «Fulano era de izquierdas hasta que heredó», pasando por «si eres de izquierdas tienes que optar por los pobres» o, como decía Churchill, «si pones a la izquierda a cargo del Sahara, en cinco años habrá escasez de arena».
En las dictaduras posrevolucionarias del proletariado, los dirigentes se acomodaron con facilidad a vivir en dachas o palacetes –a eso todos nos acostumbramos rápidamente-, claro que nadie podía decir ni pío, por la cuenta que les traía. Y es que la naturaleza humana no entiende de ideologías y, por mucho que nos empeñemos, el afán de supervivencia y de dominio, en el sentido más amplio, se suele acabar imponiendo a cualquier otra consideración, pero volviendo al comienzo del artículo y a la frase de marras, surge la pregunta: ¿se puede votar distinto a como se espera de tu comportamiento en la vida? Por supuesto que se puede, otra cosa es que se deba. Como dice el refrán, «Una cosa es predicar y otra dar trigo», y las palabras se las lleva el viento y antes es Dios que todos los santos. Esta contradicción entre voto y vida es propia de la izquierda, por sus prédicas –la podría tener un partido cristiano, por la misma razón–, pero, en el fondo, muchos tienen asimilado que una cosa es la teoría y otra, muy distinta la práctica; y viven muy bien, sin querer renunciar a ello. Yo también cambié una modestísima vivienda en Vallecas por mi piso riojano, aunque no sea un casoplón; creo que todos somos bastante parecidos y la ideología, en esto, tiene poco que ver, a pesar de que algunos no lo quieran reconocer.
Vivir de acuerdo a lo que se predica, dicen que lo hacían Jesucristo y algunos de sus seguidores. Me temo que más bien pocos.
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