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La última vez que me dieron un sopapo fue, si no me engaña la memoria, a los trece años; el autor del desafuero fue un ... cura nacional-católico de la época; el motivo: dar una patada a un balón, que pasó por mi lado, en uno de los muchos partidos que se jugaban en el recreo del colegio en el mismo campo, sin ser el mío, al que perseguía el religioso. A mi amigo Boris, jubilado, se lo dieron el otro día; él dice que no sabe por qué, pero yo sí.
En una tertulia televisiva de sobremesa, una pareja, de opiniones contrarias, discutía sobre si era adecuado o no que un hombre ayudase a una mujer a subir su maleta al tren; dilucidaban si era un acto de machismo o buena educación. Me pareció una discusión absurda, por innecesaria, pero cambié de opinión al enterarme del sopapo que recibió Boris en Madrid.
Mi amigo Boris es una de las mejores personas que conozco, siempre dispuesto a ayudar a los demás y con esa especie de falsa candidez que suele acompañar a los hombres de buen corazón. Cuando trabajaba, era algo así como un sindicalista que se preocupaba por los demás –sí, sí, existen algunos sindicalistas que se preocupan por los demás– y, desde que se jubiló, se dedica a defender causas perdidas, antes también, y alguna de las que se pueden ganar. Es fácil encontrárselo en una manifestación antinuclear, en la concentración en favor de la España vaciada o en un mitin contra la guerra de cualquier lugar; y es un feminista convencido, además de por ideas, porque su familia la componen mujer, hija y nieta. Es muy cariñoso, siempre que nos encontramos saluda con dos besos, tanto a hombres como a mujeres, y suele acompañarlos con una lisonja: ¡qué bien te veo!, ¡has adelgazado!, ¡por ti no pasan los años!... Es lo que antes se consideraba una persona atenta y educada, aunque ahora ya no estoy tan seguro, después del incidente del sopapo, que paso a relatar:
Boris iba a entrar en una oficina bancaria de la capital de España y, a la vez, una señorita se disponía a salir. Como eran su costumbre y su educación se apartó, cediendo el paso, pero cometió el error, ya he dicho que le gustaban las lisonjas, de acompañar su deferencia con la frase: «Pasa tú primero, guapa». Ella se volvió y le dio una bofetada, no sé si acompañada de algún comentario o sólo por el silencio, pues todavía no he estado con Boris, después del incidente.
A los que, por timidez, nunca hemos sido lisonjeros, nos daba un poco de envidia la actitud cariñosa de Boris, pero eso era antes, cuando era síntoma de buena educación. Ahora ya no estoy tan seguro, después del sopapo que le dieron por poner en práctica aquel viejo libro de urbanidad, que, por lo que parece, ha derogado el nuevo feminismo. Ya ven que sí sé por qué le dieron el sopapo; él no lo sabe, ya he dicho que Boris es una de las mejores personas que conozco.
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