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Con el título no me refiero a la película de Hitchcock 'El hombre que sabía demasiado', interpretada por James Stewart y Doris Day, sino a ... una frase de mi amigo de infancia Heriberto Castañeda, a quien todos llamábamos el Gordo Berto. Hoy en día Heriberto hubiera sido un niño más bien delgado, aunque de complexión fuerte, pero en aquella infancia de posguerra inacabable, en que los niños éramos ligeros, como liebres, y estrechos, como hojas –el azúcar no formaba parte de la dieta y las carreras por los andurriales del río eran constantes–, le llamábamos el Gordo porque, además de pesar un par de kilos más que los demás, se quedaba retrasado subiendo las cuestas y siempre decía: «No corráis que es peor». Ni que decir tiene que los niños de entonces no caminábamos, íbamos corriendo a todas partes, aunque guiásemos la redoncha, aro metálico de bocoys y cubetas, con la manilla de hierro; pero a lo que iba, el Gordo Berto había heredado de su tío Inocente el afán por decir sentencias, no siempre apropiadas ni venidas a cuento. Como ejemplo, aquella mañana de chuzos y carámbanos de hielo en los tejados, después de ver a Felisín haciendo gestos graciosos, subido en el agua helada de una comporta, Berto quiso imitarlo, sin calcular que su peso era mayor y el hielo no resistiría, y quedó sumergido hasta el cuello con el borrador de los libros y el tanquecillo de beber la leche, que mandaron los americanos con el plan, junto al queso y la mantequilla salada, en la vieja comporta de vendimiar. Mientras temblaba, de susto y frío, dijo: «Sacadme rápido, que no tengo resuello y es mentira lo de Arquímedes». Aquel día el Gordo llegó tarde a la escuela, lloroso y con los papos colorados.
El Gordo Berto era inteligente, pero lo disimulaba a propósito: a veces cometía inocentes fallas en la lectura o trabucaba las cuentas; cuando le preguntamos por qué se equivocaba adrede, contestó: «En la vida no trae nada bueno que crean que sabes mucho», y no descarto, después de tantos años transcurridos, que mi amigo Heriberto tuviese razón. Él creyó ver confirmada su teoría con el incidente de Nicasio, que era más pequeño que nosotros y estaba aprendiendo las letras. El maestro escribió las vocales en la pizarra, colocada entre la foto acristalada de Franco y Mola y el mapamundi, del que una rata se había comido Australia y parte de Nueva Zelanda, y, señalando la O, preguntó: «¿Qué letra es esta?», a lo que Nicasio contestó veloz: «Es un cero mayúsculo». Además de quedarse con el apodo de Cero Mayúsculo para siempre, el niño recibió dos golpes en la cabeza con el escantillón de sauco, aunque su respuesta no anduviese descaminada. El Gordo Berto nos miró sonriente, con gesto de suficiencia, y susurró entre dientes: «¿Tenía o no tenía razón? Os dije que no era bueno saber mucho». Nicasio sabía demasiado.
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