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En mi infancia, los jóvenes hablaban de la guerra de sus padres, ahora los niños hablarían de la guerra de sus bisabuelos, pues los abuelos de los actuales niños eran quienes hablaban de la guerra de sus padres. Todos sabemos que las historias guerreras que ... cuentan los abuelos suenan a batallas de tebeo en los oídos infantiles, las de los bisabuelos son tan lejanas que no tienen sonido. A mí me contaba la guerra de Marruecos quien la había sufrido y sobrevivido, pero me resultaba una guerra africana muy lejana, con reminiscencias del Guerrero del Antifaz. Cuando me contaban la Guerra Civil española, era otra cosa, porque bajaban la voz y miraban hacia los lados, como si estuviesen faltando a algún sagrado mandamiento –tanto si hablaban del tío muerto en el frente, como si lo hacían del pariente clérigo pasado por las armas en Paracuellos del Jarama, como si mencionaban al primo fusilado por ser maestro de la República–. Cuando me contaron la guerra del Rif y el vergonzoso y estrafalario viaje en barco de los soldados –que tengo contado en mi novela 'La sonrisa de Trajano'– acabé leyendo la trilogía de Arturo Barea sobre aquella guerra sin sentido; los relatos de los supervivientes de la Guerra Civil me hicieron leer muchos libros –primero de un lado, luego del otro–, pero no comprendí del todo la cruda realidad de la guerra hasta que leí el de Pérez-Reverte, impecable en su imparcialidad.

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larioja La guerra de papá