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Es una constante, a lo largo de la historia, cómo los guardianes de la fe han velado por la pureza de las ideas con todos ... los medios a su alcance. No hablo sólo de la fe religiosa, también de la fe ideológica, aunque muchas veces ha sido difícil separarlas. De niños nos decían que fe es «creer lo que no vemos», y estaba muy valorado tener fe; el que no tenía fe era poco menos que un apestado. Con el tiempo, y más si se es de formación científica, como yo, aprendimos a no creer nada de lo que no vemos y, de lo que vemos, sólo la mitad.
Desde que las religiones se aliaron con el poder, o sea casi siempre, la fe ha sido obligatoria en todo el globo terráqueo, correspondiendo a sus guardianes la tarea de purificar a los descreídos con torturas, humillaciones y asesinatos. En España teníamos a la Santa Inquisición como guardiana de la fe, pero era una hermanita de la caridad, a pesar de sus crímenes, si la comparamos con otras 'guardianas' de las muchas que inundaban el planeta. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que, a lo largo de la historia de la humanidad, la convivencia pacífica entre las distintas creencias ha sido excepción más que norma. Las guerras santas entre islam y cristianismo tiñeron de sangre los bordes del mar Interior durante muchos siglos, pero nada comparable a los millones de muertos originados para conseguir la pureza de la fe por los arios de Hitler y los estalinistas soviéticos en el siglo XX. Sin llegar a estos niveles, todavía quedan muchos lugares en el mundo en los que los guardianes de la fe siguen torturando, sojuzgando y asesinando, con la disculpa de mantener la pureza de sus creencias.
Es cierto que en la civilizada España del siglo XXI ya no se utilizan esos métodos, pero están surgiendo guardianes de la fe, ya no tanto religiosa como ideológica de variado signo. Para que se dé el caldo de cultivo que permite esta situación, es necesario, igual que lo era en tiempos pasados, creer que se está en posesión de la verdad, una verdad absoluta que acaba justificándolo todo: «La verdad es esta y a quien no esté de acuerdo hay que arrojarlo a las tinieblas exteriores», que ahora son el acoso y la ridiculización en las redes sociales. Y, en política, la posesión de la verdad justifica casi todo, incluso se empieza a intentar ponerla por encima de leyes o instituciones: «La verdad es esta y, si las leyes dicen lo contrario, es culpa de quienes las aplican, que son infieles a la verdadera fe».
Los que hemos pasado infancia y juventud bajo la bota de los guardianes de la fe, religiosa y política, no vamos a consentir que los nuevos vigilantes del Gran Hermano nos impongan sus ideas y nos pisen, otra vez, aunque sea con zapatos de charol o de deporte. O con tacones de aguja.
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