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Reconozco que esta campaña electoral me está resultando interesante, lo cual no quiere decir que me guste lo que oigo; mi interés radica en ver ... el resultado que se obtiene con algunas estrategias novedosas, por no decir descabelladas, que han aparecido en campaña. En todas las épocas electorales me hago la misma pregunta: ¿los ciudadanos somos realmente como nos ven los estrategas de la política? Por un lado, la respuesta es no, pues no podemos ser tan primitivos, ingenuos, olvidadizos y fáciles de camelar, a tenor de los lemas y eslóganes con que nos bombardean, como parecen creernos. Pero, por otra parte, nadie tira piedras contra su propio tejado ni gasta el dinero si no saca rédito electoral. Así que no sé, estoy ante una duda cartesiana que se repite periódicamente.
Volviendo a las novedades, no es ninguna sorpresa que los partidos hagan promesas electorales, que no siempre se cumplen, pero lo aceptamos con la deportividad y la naturalidad del refrán: «Prometer hasta tener y, después de haber tenido, olvidar lo prometido» –sí, he cambiado dos verbos del dicho para no caer en chabacanería–, pero nunca se había ido tan lejos en eso de las promesas. Estábamos acostumbrados a que nos hicieran ofertas sin concreción, del tipo de «se beneficiará a quienes más lo necesiten», «los ciudadanos tendrán servicios de calidad», «lucharemos contra la corrupción»...; tampoco nos era extraño escuchar subidas del salario mínimo o de las pensiones, bajadas de impuestos, incluso planear algún bono social o algo similar. Lo que nos ha pillado por sorpresa es el calibre económico de algunas promesas: Construir dos millones de viviendas sociales, dar veinte mil euros a quien cumpla dieciocho años... Y lo más llamativo es que digan que lo van a pagar los ricos. Sí, como el impuesto especial a los bancos, que no sé si lo están pagando o no, pero el interés por los depósitos no está subiendo al ritmo de los tipos de interés, con lo que, en realidad, el impuesto lo están pagando los trabajadores y jubilados que tengan cuatro duros ahorrados; o sea los ricos que pagan siempre. Y la promesa más inaudita es el pleno empleo. ¡Toma ya! Como si el crear empleo fuera una función de la voluntad.
El mayor interés está en ver el resultado de la nueva estrategia de hurgar la paja en el ojo ajeno, para que no se vea la viga en el propio, verbigracia: si uno ha mentido mucho, acusa al contrario de mentiroso; si ha sido opaco y oscuro, acusa al otro de falta de transparencia; si se han hecho pactos vergonzantes, se alerta de los posibles pactos del contrario; si un medio afín hace encuestas sospechosas, se denuncia a otros medios de falsear encuestas; y así sucesivamente. Al asesor que ha recomendado esta estrategia, deberían nombrarle 'lumbrera del año', pues deja en evidencia a su jefe.
En fin, que Dios reparta suerte a los partidos y paciencia a los electores. Los votantes son los únicos que no se equivocan nunca.
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