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No, no teman. No me estoy refiriendo al casi olvidado dieciocho de julio, que era fiesta nacional, daban la paga extra y se celebraba una ... importante parada militar –generalmente en el madrileño Paseo de la Castellana, entonces llamado Avenida del Generalísimo Franco–, designada con el nombre de 'Desfile de la Victoria'; me refiero a ese otro desfile de dirigentes de partidos políticos, en balcones, sedes y otros estrados, para anunciar su victoria en las pasadas elecciones del caluroso día veintitrés del mismo mes de julio. Se ve que la canícula juliana es propicia para organizar desfiles victoriosos.
Lo bueno que tienen las elecciones es que dejan a todos contentos, a tenor de las propias palabras de los dirigentes políticos, que afirman, casi siempre y casi todos, haber ganado. Eso está muy bien, optimismo ante todo, que la vida –y más la vida política– son cuatro días y no vamos a gastarlos en disgustos innecesarios. Unos dicen que han ganado porque son los que más votos y escaños han sacado, además de tener mayoría absoluta en el Senado.
Razón no les falta para presumir de victoria, si no fuese por el pequeño inconveniente de que no es fácil que vayan a gobernar, lo cual es un detalle de cierta importancia. Otros también dicen que han ganado porque, aunque han perdido la mayoría en el Senado y apenas han avanzado en votos y escaños, creen que pueden gobernar, lo cual hace razonable su presunción de victoria, si no fuera por el pequeño «pero» de que han de convencer a tirios y troyanos –aquí me viene a la mente la acepción informática de la palabra «troyanos»– de que les apoyen, lo que, además de ser una incómoda piedra en el zapato, requerirá un precio que es mejor no saber y, en su caso, me temo que nunca sabremos.
Todavía quedan otros que, aunque han perdido considerable cantidad de votos y escaños, se creen vencedores porque pueden ayudar a gobernar o porque piensan ser una oposición muy seria. Sí, todos contentos y participando del 'Desfile de la Victoria', aunque, si nos atenemos a la fría realidad, todos, por una causa o por otra, pueden considerarse perdedores de las elecciones más calientes de la democracia.
Este espíritu jovial y eufórico, que transforma las derrotas en victorias, es muy de alabar, pero, no sé por qué, me trae a la memoria, aunque no parezca tener mucha relación, una vieja canción de mi pueblo que dice: «Al cura del convento se le ha muerto el loro y lo ha enterrado con jaula y todo; y de este modo se ha quedado sin la jaula y sin el loro».
Sí, ya sé que no tiene mucho sentido. Tampoco lo tiene el 'Desfile de la Victoria'. Ni el de antes ni el de ahora.
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