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Acabo de ver en televisión cómo una persona, jaleada por un grupo, que parecía familiar por la presencia de mujeres, pegaba, hasta mandarle al hospital ... con una mandíbula rota, a un agente del orden, no sé si policía nacional, local o guardia civil, ya que llevaban chalecos reflectantes o similares. Hasta aquí, nada de particular, pues es el pan nuestro de cada día. Lo llamativo es que había cuatro o cinco agentes más que miraban cómo el salvaje daba puñadas en la cara del agente, echado en el suelo sobre él, y no intervenían. Alguno hacía ademán de tocar la pistola o la porra, pero no se decidía a desenfundar. Este miedo a intervenir, que no es por cobardía sino todo lo contrario, es indicativo de que algo rechina en el funcionamiento de los cuerpos de seguridad. Que un agente no intervenga por lo que le pueda pasar si pega al delincuente es también señal de que algo, en las leyes o en las órdenes recibidas, no funciona bien. Es el mundo al revés: el delincuente pega a sus anchas y los agentes reciben los golpes y no se defienden.
También acabo de ver –no suelo mirar la televisión por las mañanas y confío en que no sea así todos los días– cómo un grupo de jóvenes, a altas horas de la madrugada, pegaba patadas en la cabeza a otro muchacho, hasta dejarlo inconsciente, ante la pasividad de unos cuantos que contemplaban la agresión. Decía el locutor que los agresores podrían haber sido 'menas', aunque eso sería lo de menos, o quizá no, según se mire. Lo llamativo era la actitud de los observadores del hecho, pues una mala patada, de las que le daban en la cabeza, podía haber acabado con la vida del muchacho.
En ciertos círculos, especialmente entre la izquierda que antes se llamaba divina –entiéndase como tal la facción que se considera más de izquierdas que nadie, pero que ni su comportamiento vital ni económico casan con ello–, parece existir una filosofía social de defensa del delincuente –léase okupa, violento, ladrón, etcétera– al que hay que respetar todos sus derechos y los que no tiene, y de criminalización de las actuaciones de las fuerzas del orden, ante el más mínimo exceso en sus funciones, que creo yo está inquietando a buena parte de la ciudadanía. Es curioso cómo, para muchos militantes políticos, el fin justifica los medios, pues si no habrían echado a sus líderes, mientras, por otro lado, de facto, no hay medios para ciertos fines. Acabo también de ver las encuestas del CIS –sofocando la incredulidad que me producen, como matemático y estadístico–, en las que Vox sube como la espuma. Cuando la ultraderecha acabe ganando, como está comenzando a ocurrir en toda Europa, y aunque a muchos no nos guste, no se pregunten por qué; no sale gratis ir contra el deseo de la ciudadanía. Y, en cuestiones de seguridad, menos.
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