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Acabo de ver en televisión cómo una persona, jaleada por un grupo, que parecía familiar por la presencia de mujeres, pegaba, hasta mandarle al hospital ... con una mandíbula rota, a un agente del orden, no sé si policía nacional, local o guardia civil, ya que llevaban chalecos reflectantes o similares. Hasta aquí, nada de particular, pues es el pan nuestro de cada día. Lo llamativo es que había cuatro o cinco agentes más que miraban cómo el salvaje daba puñadas en la cara del agente, echado en el suelo sobre él, y no intervenían. Alguno hacía ademán de tocar la pistola o la porra, pero no se decidía a desenfundar. Este miedo a intervenir, que no es por cobardía sino todo lo contrario, es indicativo de que algo rechina en el funcionamiento de los cuerpos de seguridad. Que un agente no intervenga por lo que le pueda pasar si pega al delincuente es también señal de que algo, en las leyes o en las órdenes recibidas, no funciona bien. Es el mundo al revés: el delincuente pega a sus anchas y los agentes reciben los golpes y no se defienden.

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