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Un periodista contaba cómo en uno de sus viajes por el medio oeste americano, por la América profunda, escuchó a una joven decir que jamás ... viajaría a Nueva York porque era la ciudad del pecado. Lo decía a propósito de las elecciones estadounidenses, como explicación del voto conservador a Donald Trump. A mí, más interesante que el trasfondo electoral del asunto, me resultó la expresión en sí: «La ciudad del pecado», que nos puede transportar tanto al título de una novela negra, sobre la silueta de Humphrey Bogart con sombrero Panamá, ajada gabardina y el inevitable cigarrillo en los labios, como a los relatos bíblicos de Sodoma y Gomorra y del diluvio universal; y me retrotrajo también a mi juventud, en la que las bailarinas del can-can y el mítico barrio de Pigalle, mostrados en las pinturas de Toulouse- Lautrec y en alguna película de la Bardot, convertían a París en la ciudad del pecado, aunque creo que tenía más de deseada que de temida.

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larioja La ciudad del pecado